Estamos destrozando el planeta y los gobiernos hacen nada, o bien poco, para crear condiciones que permitan a todas las personas vivir lo más saludablemente posible. Los datos son concluyentes, no engañan. La mayoría de las ciudades del mundo registran altos índices de polución en el aire, lo acaba de advertir la Organización Mundial de la Salud (OMS). El estudio también apunta que, comparado con años anteriores, existe un daño realmente preocupante; en la medida que se constata un incremento de enfermedades cardiacas y accidentes cerebrovasculares, así como respiratorias y cancerígenas. Bajo esta angustiosa situación, urgen nuevos modos de desarrollo que alivien este clima de ahogo, y también otra manera de custodiar el planeta. Proteger y defender la salud, debiera ser prioridad y deber permanente de todos los Estados. Parece que no lo es. Verdaderamente, cuesta entender la falta de vigilancia o la impunidad hacia los causantes de este perjuicio atmosférico.
La vida actual exige la colaboración y cooperación de todo el mundo. La gestión ambiental tiene que ser efectiva, basada en los principios de prevención y de que quien contamina paga. El dicho de que más vale prevenir que curar, viene como anillo al dedo. No es de recibo que, con tantos avances, sigamos retrocediendo en algo tan vital como la salud. Desde luego, no tenemos un futuro fácil como especie. Hay una ceguera social que impide ver el sentido recto de las cosas. Nos dominan los intereses económicos y las políticas suelen bailar al son de estos dominadores. Son tiempos, por consiguiente, de inseguridades: financieras, alimentarias, laborales, de cambios en el clima y de deterioro del medio ambiente. En este sentido, la Organización Mundial de la Salud, recientemente ha confirmado que la contaminación atmosférica constituye, por sí sola, el riesgo ambiental para la salud más importante del planeta. Simplemente, con que se redujeran los agentes contaminantes, podrían salvarse millones de vidas en el mundo.
Si fuésemos capaces de limpiar el aire que respiramos, con medidas concertadas y coordinadas, tendríamos otro porvenir más sano. Los científicos lo subrayan. Algo que todos, sin distinción alguna, nos merecemos por el hecho de haber nacido. Ciertamente, el mejoramiento de la calidad del aire debería ser una consideración importante en la planificación de políticas para lograr los beneficios máximos de salud. Quizás hemos perdido la conciencia en este valor, y nos hemos vuelto tan pasivos como necios. Una actividad tan sencilla, como utilizar el transporte colectivo o caminar o andar en bicicleta, en vez de utilizar el coche, disminuiría la densidad del tránsito y ayudaría a limpiar el aire que todos respiramos, aparte de que reduciría la carga sanitaria que ocasiona la contaminación atmosférica, sobre todo la urbana.
Bien es verdad, que el futuro aunque sea arduo, podemos cambiarlo. Por muchas amenazas que se ciernan sobre la salud de la especie humana, también hay motivos para sentirse esperanzados. Se conocen las causas que originan los problemas de salud y los métodos para hacerles frente. Es cuestión de activar otras prácticas menos contaminantes y de tomar en serio el problema. Hasta ahora los buenos propósitos se los ha llevado el viento. Evidentemente, el desarrollo no puede convertirse de la noche a la mañana en sostenible, ahora bien, podemos activar las sensibilidades y dejar claro el mensaje de que el menosprecio ambiental a nadie nos conviene, y de este modo, sí que podremos acelerar la transformación hacia una economía más respetuosa con el medio atmosférico.
Es responsabilidad de todo ser humano limitar los riesgos que corre el planeta, mediante una atención especial a la contaminación celeste. Todo ha de ponerse al servicio del ser humano y no viceversa. Esforcémonos, pues, por asegurar que el recurso natural del aire, camine más limpio por los espacios de la vida. Al fin y al cabo, vivir no es más que un soplo y uno no puede resignarse a recibir suspiros intoxicados. Claro que sí, cuando menos nos merecemos respirar bajo un cielo que nos active las ganas de caminar siempre adelante. Para eso sirve el camino, para oxigenarse, no para destruirse.