El señor cardenal de Guadalajara, Don José Francisco Robles Ortega, en su calidad de presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, pronunció, ante el Papa Francisco, el discurso de saludo e informe general de la actividad pastoral de los obispos mexicanos. Esta visita se llama ad limina, porque el magisterio de los obispos debe concordar con la fe y el testimonio que los apóstoles Pedro y Pablo, martirizados en Roma. Allí están sus trofeos, es decir, sus sepulcros, ahora convertidos en espléndidas basílicas. Con ellos tienen que confrontar su fe los obispos de todo el mundo, venerando sus sepulcros e informando de su actividad pastoral ante el apóstol Pedro, ahora el Papa Francisco. Ante este solemne tribunal de conciencia, el señor Cardenal, en nombre de todos los obispos de México, expuso la situación general del país, los logros obtenidos y las carencias más significativas. Fue, por tanto, un momento y discurso singular.
Señaló su Eminencia que, tanto el pueblo mexicano como sus gobernantes, están empeñados en reformas profundas para lograr el merecido y deseado bienestar para los moradores de este país. Son gérmenes de esperanza. Pero que no todo es miel sobre hojuelas. De inmediato, el Cardenal mencionó la “extendida y endémica pobreza, que conlleva: ignorancia, enfermedades, abandono del campo y emigración a la ciudad y al vecino país del norte”. No silenció la presencia y actividad del narcotráfico “que ha causado profunda división, muchas muertes, daños a la salud física de la juventud y a la salud moral de las familias; y que ha sido causa, además, de la ruptura del tejido social”. Acotó que, “no obstante que el pueblo ama, celebra y canta a la vida, se ha enseñoreado la cultura de la muerte, no sólo en las muertes violentas y crueles del crimen organizado, sino también en la mentalidad abortista, muchas veces impulsada por políticas de agenda pública que atentan contra nuestra conciencia, la soberanía de nuestra nación y directamente contra el santuario de la vida, la familia”. (Han muerto 120 mil niños y niñas en el Distrito Federal desde 2007, recordó después Mons. Cabrera, de Monterrey). Señaló que la raíz del problema es “la arraigada cultura de la corrupción, la impunidad y la ambición desmedida, la ausencia de cultura de la legalidad”.
Recordó al Papa que el episcopado ha estado pendiente de estas situaciones desde el inicio del nuevo milenio con la promulgación de la Carta Pastoral programática: “Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos”; después publicó un esmerado estudio sobre la violencia e hizo propuestas claras para enfrentarla en: “Que en Cristo, nuestra Paz, México tenga una vida digna”; le acompañó la reflexión histórico-teológica para conmemorar el bicentenario y centenario de la Independencia y de la Revolución, respectivamente, en: “Conmemorar nuestra Historia desde la Fe”; y, finalmente, ante la debacle cultural que nos ahoga, afrontó el problema educativo en: “Educar para un nueva sociedad”. Estas propuestas doctrinales y pastorales han tenido amplia repercusión en el ámbito eclesial; no así en el profano y civil, dada la selectividad y exclusión con que suelen tratar estos documentos los medios de comunicación y los ámbitos políticos y culturales oficiales.
Esta enseñanza ha estado avalada por el testimonio pastoral de los obispos, sacerdotes y multitud de religiosas, religiosos, catequistas y de familias creyentes que han empeñado su vida al servicio del Evangelio. Ellos son piezas fundamentales que sostienen la precaria estabilidad social. Es el sustrato cultural y moral católico de clase media el que carga sobre sus hombros al país. ¡Felicidades, señor Cardenal!
+ Mario De Gasperín Gasperín