Durante un viaje de prensa nos llevaron al Santuario de Santa Ana de Beaupré, cerca de Quebec en Canadá. Es un bellísimo lugar no solamente por su fachada de estilo neo románico y sus casi 100 metros de altura, o por las tres reliquias de primer grado que tiene (tres huesos de santa Ana: una parte del hueso del dedo, una fragmento de 10 cm del hueso del antebrazo y otro segmento más de antebrazo), sino porque cada parte del templo es una obra de arte llena de catequesis y sobre todo porque es un lugar de fe.
A lo largo del tiempo millones de personas han visitado el Santuario para pedir a través de la intercesión de la madre de Nuestra Señora un milagro, y hay bastantes testimonios documentados de milagros concedidos. Jesucristo sigue obrando sus maravillas a través de su abuelita, y aunque la Biblia no dice nada al respecto, es más que probable que santa Ana conoció y convivió con Jesús.
Dentro de las capillas internas del Santuario existe una preciosa réplica de La Piedad de Miguel Ángel, la cual es una de las mejores réplicas a nivel mundial de esta obra de arte y fe. El muy estimado conductor y periodista católico Roberto O’Farrill, que ha tenido la oportunidad de ver en varias ocasiones la obra original en la Basílica de san Pedro en Roma, me pidió que la observara detenidamente porque no íbamos a poder verla tan de cerca como en el Santuario de santa Ana.
Entramos a la capilla y caminamos poco a poco rodeando la escultura. El dolor de la madre con su hijo muerto en brazos era innegable, pero no era cualquier madre ni cualquier hijo, era el misterio mismo del dolor, el misterio mismo del dolor en su máxima expresión, pues acaso ¿hay otro dolor más grande en el mundo que el de una madre al perder a su hijo? Yo no soy madre, pero cuando le ha pasado algo a mi hijo por pequeño que sea me duele como nunca, cuánto más una verdadera madre que ama a su hijo, que sabe que es inocente, que sabe que es el salvador del mundo y lo han tratado como a un vil delincuente, y que ha muerto de la manera más vergonzosa.
En La Piedad, Jesús está sin vida y santa María lo contempla, el dolor está presente pero al mismo tiempo el “hágase en mí tu voluntad” también, su rostro lo dice todo. Y cuando nos envolvía el misterio de la fe en el arte, el padre Guy Pilote rector del Santuario Basílica nos contó que esa estatua era mucho más que eso, pues numerosas personas habían encontrado fuerza y esperanza.
Una madre que había perdido a su hijo pues se había suicidado, llegó con el sacerdote buscando ayuda pues vivía en una angustia continua, el sacerdote habló con ella pero veía que sus palabras de consuelo no causaban ninguna mejoría en la triste mujer. Solamente se le ocurrió llevarla a la capilla de La Piedad y ponerla en las manos de María. Allí la atribulada madre llegó, se arrodilló, lloró y… se obró el milagro. La paz llegó sin mediar palabra, solamente en la contemplación de la figura doliente de María. La mujer se levantó con un rostro diferente, la paz había llegado a su corazón después de semanas de continua angustia. Le dio las gracias al sacerdote que no pudo hacer nada con sus palabras, y le dijo que al fin había encontrado la paz y su dolor había disminuido porque había encontrado a otra mujer (María) que sabía lo que era perder a un hijo.
En la recta final de este mes de mayo, mes de las flores, mes de María Nuestra Madre, pidamos por intercesión de ella y santa Ana que sane el corazón de tantas madres que sufren por sus hijas y sus hijos.