Siempre que leo la vida de santa Juana de Arco quedo impactado por la figura de esta niña, Libertadora y Santa Patrona de Francia, que guiada por Dios mediante locuciones interiores, liberó a su patria de la ocupación inglesa, siempre en fidelidad a Cristo y a la Iglesia.
Nació en enero de 1412, en Domrémy. Hija de campesinos, educada en quehaceres domésticos, nunca supo leer ni escribir, pero anhelaba alcanzar la santidad… Era niña cuando Enrique V de Inglaterra reclamó la corona de Carlos VI. Los borgoñeses, aliados de los ingleses, se apoderaban de las ciudades francesas mientras el heredero -Carlos VII- disfrutaba de la corte.
A los 14 años, Juana tuvo su primera experiencia mística cuando vio y oyó al arcángel san Miguel, a santa Catalina de Alejandría y a santa Margarita de Antioquía, explicarle que ella habría de rescatar la corona ungida de Francia, sucesora del reino de Jerusalén.
A los 16 años, cuando los ingleses atacaban Orleáns, el último reducto de la resistencia, por revelación celestial supo que debía presentarse al comandante del ejército, para que él la enviara con el Delfín, quien la recibió el 9 de marzo de 1429. El 27 de abril partió con vestimenta de hombre -para proteger su virtud-, armadura blanca y un estandarte que bordó, para nunca tomar las armas, con los nombres de Jesús y María, a Orleans, a donde logró penetrar el 29 de abril y levantar el sitio el 8 de mayo.
El 17 de julio, la Doncella de Orleans llevó al rey Carlos VII a Reims para que fuese coronado mientras ella permanecía de pie junto a él. Luego se lanzó a recuperar París, pero fracasó por la ausencia del monarca y porque cayó herida. Tras recuperarse, el 23 de mayo de 1430, reforzó la plaza de Compiegne, que resistía a los borgoñones, pero cayó prisionera. Carlos VII la abandonó a su suerte y los ingleses “la compraron” por medio millón de pesos. Como no podían ejecutarla por haberlos derrotado, la acusaron de hechicería y la encerraron en el castillo de Rouen, primero en una jaula de hierro y luego encadenada a un muro.
En febrero de 1431 compareció ante el tribunal del obispo Pedro Cauchon, un clérigo ambicioso que tras interrogarla en 15 sesiones determinó que sus revelaciones eran diabólicas, a menos que las negara, pero ella confirmó su origen divino.
El 29 de mayo fue acusada de hereje renegada y al día siguiente, a las ocho de la mañana, fue llevada a la hoguera en la plaza de Rouen. Mientras los verdugos prendieron el fuego ella invocó al arcángel san Miguel, y tras pronunciar el nombre de Jesús varias veces, murió entre las llamas. Tenía 19 años de edad. Sus cenizas fueron arrojadas al río Sena.
Veintitrés años después, su madre y sus hermanos abrieron un juicio de apelación tras el que el Papa Calixto III la rehabilitó plenamente el 7 de julio de 1456.
El papa san Pio X la beatificó el 18 de abril de 1909 y Benedicto XV la canonizó el 16 de mayo de 1920. Su memoria litúrgica se celebra el 30 de mayo.
Santa Juana nunca tomó las armas, solamente su estandarte. Ante sus enemigos, sola y abandonada, su fortaleza fue la fe. Durante su injusto juicio, al obispo Cauchon le advirtió: “Dice usted que es mi juez. No sé si lo será, pero le digo que debe tener cuidado de no juzgarme mal, porque se pondrá en gran peligro. Se lo advierto, para que si Dios le castiga por ello, habré hecho mi deber diciéndoselo” y al preguntarle él si estaba en gracia con Dios, ella respondió: “Si no lo estoy, que Dios me ponga en ella; si lo estoy, que Dios me guarde en ella. Sería la más triste del mundo de saber que no estuviese en gracia con Dios”. También afirmó, contundente: “No he hecho nada en el mundo sino por la orden de Dios”.
Tras su muerte en la hoguera, varios testigos afirmaron que John Tressart -Secretario del rey Enrique de Inglaterra- lamentó en voz alta: “¡Estamos perdidos! ¡Hemos quemado a una santa!”.
Durante el Juicio de apelación del Papa Calixto III, se anuló la sentencia del tribunal del obispo Cauchon y se manifestó la ilegalidad del juicio, con reproches tanto para el rey de Francia como para la Iglesia, tras comprobarse que esa deleznable injusticia no debía quedar sin reparación. Se rehabilitó la personalidad de Juana de Arco, se confirmó su fidelidad a la Iglesia, se aprobaron sus experiencias místicas como procedentes del cielo y se levantó la excomunión que pesaba sobre ella.