Un atentado. Decenas de muertes. Hombres y mujeres, niños y ancianos. El grupo terrorista quería, simplemente, provocar muchas víctimas.
La noticia se difunde, pero con poco interés. Aparece quizá en páginas interiores de un periódico, o en un flash informativo de la televisión. “En un atentado en tal lugar han muerto tantas personas”.
Otro atentado. Tres o cuatro muertos. Por motivos diversos, los medios informativos dan a esas víctimas una relevancia enorme. Reproducen sus fotos, narran sus historias, ofrecen opiniones, hablan de condenas nacionales e internacionales.
Cada víctima inocente de un atentado merece respeto y justicia. Parte de esa justicia consiste en una adecuada información sobre lo sucedido y en una condena firme contra los terroristas despiadados, sin fijarnos de dónde son o qué dicen defender.
Por eso es triste constatar cómo tras algunos atentados se provoca una “segunda muerte” de las víctimas. No bastó con su muerte tras una explosión o a base de machetazos. Ahora “mueren” de nuevo por la indiferencia de medios informativos y de autoridades que les dedican apenas pocas palabras, si es que no se llega al extremo de un silencio que parece cómplice o cobarde.
En nuestro mundo existen discriminaciones periodísticas sobre víctimas inocentes: son tratadas como seres de segunda clase. Una discriminación que desvela hasta qué punto grupos de poder controlan las noticias y resaltan algunos hechos mientras semiocultan otros.
Frente a esa segunda muerte de las víctimas marginadas, hace falta un esfuerzo sincero para conocer y divulgar sus historias, para hablar del dolor de sus familiares y amigos, para defender la necesidad de una intervención firme que sirva para arrestar y condenar a los asesinos.
Sabemos que la justicia perfecta no es algo de nuestro mundo. A veces algunas víctimas sólo encontrarán justicia ante el tribunal de Dios. Pero al menos podemos tomar conciencia de esta situación. Así buscaremos modos concretos para que ninguna víctima sufra marginaciones ante la opinión pública, sino que reciba, entre los hombres y mujeres de buena voluntad, respeto, justicia, oraciones, y un esfuerzo sincero para que en el futuro no se produzcan más atentados terrorísticos contra nadie.
Si nos vamos a poner a esperar a que los medios sean justos, den a los sucesos la importancia que de verdad merecen, nos van a salir raíces de tanta espera.
Los medios están plagados de gente indolente, les da igual lo que les pase a los demás siempre que no sean de su familia. Del director para abajo, se dedican a ese trabajo como fuente de ganancias económicas, no por servir. Y cuando sirven a una buena causa social, no lo hacen por servir a la sociedad, sino para que su audiencia los aplauda, los admire y los sintonice, sin apartar su mira de aumentar su número de espectadores para ganar publicidad, y con ella ganar dinero.
A nadie le importa el otro. Así que es mejor no depender de nadie, no esperar nada de nadie.
Aquí ya no hay nada por qué vivir. Sólo importa Dios. Esto último implica obedecerle, aunque no nos guste. De hecho, lo único que nos debe interesar no es sentirnos bien, sino que Dios se sienta bien con nosotros.