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Desamorados

La ausencia de Dios convirtió a los Romanos en “arrogantes, fanfarrones, sin juicio, desleales, crueles y despiadados”. Así califica san Pablo a los habitantes del imperio más poderoso de la antigüedad, a quienes se proponía llevarles la Buena Nueva de la salvación. Ahora les atribuimos la maestría en el derecho universal, pero el Apóstol les recuerda que su poderío nada vale ante Dios.

Algunas Biblias no traducen “crueles” sino “desamorados”. Incapaces de sentir amor. Si el amor es el sentimiento que define al ser humano, el “desamor” en la negativa de su dignidad. El desamorado deja de ser humano para vivir su animalidad. Es la insensibilidad hacia el dolor ajeno, la impiedad. Así se llega hasta las manifestaciones de desprecio y de agresividad hacia el prójimo, como el racismo y el fanatismo.

Vasili Grossman, en su estremecedora obra “Vida y Destino”, refiere innumerables situaciones, tanto en el campo del nazismo como del stalinismo, donde el dolor ajeno se convierte no sólo en objeto de indiferencia y de insensibilidad, sino de desprecio, de juego y de diversión. Observa con terror cómo estos sentimientos se llegan a transferir a los mismos compañeros de sufrimiento, y hasta los vecinos y familiares cooperan con los victimarios contra sus hermanos y amigos. Estos son casos límites, en situaciones extremas, pero que descubren hasta dónde puede llegar la debilidad humana de las víctimas y la malicia inhumana de los victimarios. Si la bondad y la misericordia son divinas y sin límites, la malicia humana también es ilimitada pero diabólica. Deja de ser humana, a imagen de Dios, para convertirse en agente de Satanás. San Juan lo dice de Judas sin pudor: “Entró en él Satanás”.

Estos horrores impensables, producidos por gentes satanizadas por el odio y el fanatismo, son los que estamos viviendo y presenciando en lo que se ha comenzado a llamar “la tercera guerra mundial en cachitos”. La estamos viendo en la costa Palestina y en los asaltos y secuestros de jovencitas cristianas en África. La hemos visto con horror en Mosul con los niños decapitados, los periodistas asesinados, las familias perseguidas y exiliadas, las mujeres vendidas como esclavas y los ancianos dejados morir sin compasión ni piedad. Aquí, nos acaban de informar las autoridades que “se trabaja en el hallazgo de 23 mil 322 personas”; unas pocas ya reaparecidas, otras, las más, desaparecidas de varios modos, y otras simplemente secuestradas, asesinadas o como sea. Y miles de niños emigrantes sin familiares, que apenas sabemos dónde pararon. Al situarnos a este nivel de humillación, poco nos importa ya saber cómo, cuándo, quién, o dónde están, o si van a aparecer o no. Estamos cerca, o ya, en el desamor del que acusaba san Pablo a los paganos. Ante la banalidad y el divertimento que los medios de comunicación y algunos funcionarios manifiestan ante el dolor de miles de familias, de compatriotas o simplemente de seres humanos, nos hemos vuelto insensibles. Desamorados ante el sufrimiento de miles de víctimas a quienes el dolor marcó para siempre. Somos ya una sociedad lastimada en las raíces mismas de nuestra humanidad y vuelta insensible.

Cuando la Iglesia recuerda que el olvido de Dios es la destrucción del hombre, alcanzamos a percibir la sonrisa burlona de los comunicadores o el silencio compasivo de la autoridad. Nada más. El salmista pinta bien esta reacción: “Para ellos no hay sinsabores, están sanos y robustos. No comparten las fatigas de los hombres, ni sufren con los demás… Se burlan, hablan con malicia, gritan con prepotencia y su boca se atreve contra Dios”. El salmo 73.

+ Mario De Gasperín Gasperín