Dios llama. Muchos no escuchan. ¿Por qué? Porque sólo captan la voz divina los corazones que están preparados para ello.
¿Y cómo tener un corazón preparado? El mundo moderno nos llena de distracciones, nos arrastra a través de una vida frenética o hacia perezas dañinas, nos envuelve con esperanzas falsas o nos paraliza con miedos inútiles.
Sólo cuando el corazón rompe las cadenas del pecado y del egoísmo, cuando se abre a la belleza del encuentro con un Cristo vivo, cuando acoge su perdón en el sacramento de la penitencia, cuando se alimenta de la Eucaristía, cuando lee contemplativamente la Sagrada Escritura, empieza a notar un cambio profundo: está más dispuesto a escuchar la llamada de Dios.
Desde ese camino de limpieza y de escucha, el alma puede adoptar la actitud que permite acoger cualquier cosa que Dios pida.
Es la actitud del hijo que confía en su Padre. Es la actitud del amigo que desea hacer en todo lo que le agrada al Amigo. Es la actitud del salvado que se conmueve al pensar que Cristo lo amó y se entregó a sí mismo por él (cf. Gal 2,20).
Si el corazón le dice a Dios “dispón de mí como Tú quieras”; si hace suya la oración que san Ignacio de Loyola propone en sus ejercicios espirituales (“Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad…”); si es capaz de repetir las palabras de la Virgen “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38); entonces estará listo para el sí total a Dios.
El siguiente paso será leer la propia vida a la luz de la Palabra de Dios y dejarse acompañar por un buen director espiritual. En una reflexión serena y confiada, uno está en condiciones de descubrir la Voluntad de Dios sobre su vida y a dar un sí lleno de alegría, generoso, completo, a eso que pida el Padre bueno de los cielos.
El mundo necesita sacerdotes. El mundo necesita hombres y mujeres que se entreguen completamente a Dios en la vida consagrada. El mundo necesita testigos de esperanza, evangelizadores y misioneros. Y Dios quiere enviarlos.
Sólo hace falta que muchos corazones estén disponibles, ofrezcan una tierra bien preparada. Entonces escucharán una voz respetuosa y llena de cariño, que invita, casi como en un susurro: “Si quieres, sígueme…”