Siempre es bueno hacer memoria de nuestra personal historia de vida, y así, desde esa vivencia poder reflexionar más allá del momento. Al fin y al cabo, todos tenemos tras de sí un concierto de sensaciones que nos interrogan, que nos hacen ver más allá de lo inmediato, y que nos instan a seguir cultivando el pensamiento. Pensar es moverse en las ideas, ahondar en lo que uno vive, sin duda el ejercicio más hondo del sentimiento humano. Para empezar, creo que andamos necesitados de saber, que no sabemos nada, o no queremos saberlo. Algo imprescindible para retornar a la humildad. Ciertamente, produce una inmensa tristeza ver cómo el ser humano se degrada a pasos agigantados. En ocasiones, nos distraen tantos afanes mezquinos, que perdemos hasta nuestra propia identidad. Realmente resulta desolador ver cómo somos víctimas de una gran dictadura, la del pensamiento dirigido hacia unos determinados horizontes de interés para algunos pocos, los endiosados que se creen dueños hasta de nuestras propias existencias. El ser humano cada día está más cerrado, no tiene tiempo para sí, anda como aborregado y perdido, con el corazón en un puño y el drama de la mente que no despierta. Mal que nos pese, esta es la tremenda realidad que imposibilita a abrirse al diálogo, a la autenticidad, mientras otros aprovechando nuestra pensante debilidad, toman las riendas altaneras para lapidar nuestra propia autonomía, la libertad de los pueblos y de las gentes.
Los hay que pretenden expulsarnos del paraíso de la memoria, no les interesa que seamos personas con experiencia, tal vez por miedo a que hagamos valer nuestras naturales vivencias. A propósito, me viene a la memoria una célebre frase del escritor portugués, José Saramago; que, a mi juicio, con acertado criterio, dijo: «somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos; sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir». En efecto, precisamos saber de dónde venimos y hacia dónde caminamos, con la concreción de haber vivido para reencontrarnos con sus abecedarios nacientes de nuestro característico obrar. Esto es necesario evocarlo siempre y no olvidarlo jamás para comprender nuestras actitudes más allá de los recuerdos, no en vano, somos el futuro que vamos construyendo uno a uno y entre todos. Lo acontecido en el pasado no es sólo pasado, ha de ser luz para señalarnos qué caminos no debemos tomar y qué caminos hemos de coger. Por lo tanto, siempre es saludable hacer memoria, sin dejarse arrastrar por la ideologías, con la responsabilidad de que perdure en la retentiva de los vivos la continuidad histórica, con sus avances y retrocesos. Que el recuerdo de las tragedias vividas, de la lucha del ser humano contra el poder, que también es la lucha de la memoria contra el olvido, se conviertan para todos en compromiso de adhesión armónico para no arruinar el presente.
Esta es la reinserción, el camino que todos debemos hacer desde nuestra innata memoria, quien dice que no tiene necesidad de llevarlo a término es un desmemoriado o un mezquino. Todos nos equivocamos en la vida. Sálvese el que pueda. Lo fundamental es no estar dormido, inactivo, para poder desandar sendas engañosas. Uno tiene que tener el coraje suficiente para no permanecer estancados, y dar un paso hacia delante cada día. Nos lo merecemos. Si no hacemos memoria difícilmente nos vamos a poder levantar de nuevo y tomar otro rumbo. Ahí está la crisis de ébola, es más de lo mismo de siempre, otra epidemia más, cuyo objetivo no debe ser aislar a los países, sino erradicar la enfermedad. En este sentido, hay que felicitarse que Naciones Unidas, junto a otras organizaciones internacionales, se mueva a toda marcha, incentivando a la movilización de las comunidades y a inversiones locales para combatir la enfermedad que agudiza la pobreza y amenaza conducir al mundo a la desesperación. La misma Organización Mundial de la Salud estima que los casos de este virus podrían llegar a diez mil por semana en diciembre. Naturalmente en tiempos de tribulación y desconcierto se levanta siempre una nube de dudas y sufrimientos, y no es fácil ir adelante, proseguir el camino, porque uno puede dejarse llevar por la desolación. Por eso, estamos llamados siempre a recuperar nuestra memoria, a hacer memoria, teniendo presente el camino recorrido con su lenguaje de enseñanzas.