Hace una semana poca gente fuera de Francia sabía de la existencia del semanario francés Charlie Hebdo, a pesar de ser un medio polémico que ya había sufrido un atentado terrorista. Hoy, millones de personas alrededor del mundo se han sumado a la campaña Je suis Charlie; campaña ambigua, como lo son todas las campañas donde se conoce la forma y desconoce el fondo. Hace una semana este periódico vendía, con dificultad, menos de treinta mil ejemplares. Hoy, el tiraje es de tres millones de ejemplares: ¡cien veces más que la semana anterior! Nada nuevo, una muestra más del poder de la masa para imponer tendencias vacías.
Los actores de Hollywood, los políticos, los escritores, los intelectuales, los periodistas, los deportistas: “Todos son Charlie”, todos quieren demostrar que tienen un corazón que se duele ante la desgracia humana; todos quieren ser noticia. Una vez más nada nuevo, una muestra más de que las tragedias son utilizadas para impulsar intereses particulares.
Una marcha histórica en Paris reunió a más de cuarenta Jefes de Estado y de Gobierno, acompañados por casi dos millones de personas, para repudiar el homicidio de 17 personas —entre ellos ocho “periodistas”— a manos de terroristas. Las primeras planas, de los periódicos de todo el mundo, dieron una amplia cobertura a la noticia. Mientras tanto, en Nigeria, murieron, a manos también de terroristas, 2,000 civiles el pasado fin de semana. Ningún Jefe de Estado o de Gobierno acudió a manifestarse en contra de esta masacre y la cobertura de los medios ha sido más bien testimonial —con honorables excepciones—. Tampoco es algo nuevo, la vida de un rico vale más que la de un pobre.
En la superficie, los fenómenos descritos repiten patrones de egoísmo milenarios, en el fondo la cosa se oscurece más de lo habitual. El homicidio siempre es un acto negativo en sí mismo, sin justificación alguna. Sin embargo, un homicidio por sí mismo no debe enaltecer los actos de su víctima. Decir Je suis Charlie, llevado a su verdadero significado, es decir: soy una persona que disfruta ridiculizando lo más sagrado de mis semejantes, para demostrarles su inferioridad mental; por esto quiero sacrificar mi vida y ser un héroe. Esto sí es algo nuevo. Anteriormente solo los enfermos mentales —como el personaje de los “Demonios” de Dostoievsky, Alexei Nilych Kirillov— estaban dispuestos a sacrificar su vida por enaltecer la nada.
Las palabras que Bernard Holtrop —uno de los caricaturistas del semanario— dijo en alusión a las declaraciones de repudio por los atentados, son la síntesis perfecta de este nuevo fenómeno: “Tenemos muchos nuevos amigos: el Papa, la reina Isabel II… [Nosotros] vomitamos sobre toda esta gente que ahora dice que son nuestros amigos”. ¿Es posible ser más ingrato e inhumano ante la muestra de apoyo, en una tragedia en la que acaban de morir tus amigos? ¿Es posible llevar el absurdo y la humillación hasta el extremo de menospreciar a tus semejantes, ante los ojos de la desgracia?
La libertad de expresión es un pilar fundamental de la democracia y de los derechos fundamentales. La censura es un acto siempre negativo. De esto no hay duda. Lo delicado es que la cultura es la responsable de generar la expresión. Sin cultura, la libertad de expresión se desvincula de su esencia. Je suis Charlie es una muestra de la complejidad existencial que vive el mundo, que carga de significado el derecho a blasfemar y desprestigia la virtud de pensar.
(Desde Madrid)
Esta estampida de idiotas apoyando lamentándose de los muertos del pasquín es algo pasajero. La hipocresía es el ama y señora del panorama político y social.
Los asesinados, cuya muerte ni me alegra ni me entristece, no supieron calcular que el respeto al derecho ajeno es la paz (Benito Juárez).
Toda libertad tiene límites. De lo contrario, sería un valor absoluto. Y si así fuera, lo primero que debería desaparecer serían las cárceles.