Cuesta el heroísmo. Arriesgar la fama, el trabajo, la salud, la vida, cuesta mucho. También cuesta a quienes han recibido el bautismo y desean vivir como católicos.
Entonces, ¿podemos decir que el heroísmo es para pocos? El católico, ¿está llamado al heroísmo, o puede vivir su fe sin grandes riesgos?
Para responder, hace falta mirar lo que significa ser católico. No se trata de una opción personal basada en uno mismo, sino en la acogida del don de Dios que, en el encuentro con Cristo, rescata del mal y del pecado a un ser humano y lo introduce en una vida nueva.
Por eso, cada bautizado está unido íntimamente a Cristo y participa del mundo de la gracia. Desde luego, la gracia puede perderse con el pecado mortal, pero también puede recuperarse a través de una confesión bien hecha.
Al vivir en la gracia, el cristiano está capacitado para acoger y vivir el Evangelio en toda su belleza y en su exigencia. Con su radicalidad y con su fuerza.
Por eso, el creyente en Cristo cuenta con todo lo que necesita para avanzar hacia la santidad, hacia la perfección, hacia el amor sin límites. Puede así asumir su llamada al heroísmo cristiano, incluso hasta arriesgar su vida.
Los mártires son quienes testimonian de un modo vivo y dramático esa vocación al heroísmo. Pero incluso sin el derramamiento de sangre, también hay miles y miles de héroes católicos de cada día, que asumen con valentía su fe y que viven la caridad hasta el extremo, a ejemplo del Maestro.
Todos los miembros de la Iglesia católica estamos llamados a la plenitud, a la valentía, al heroísmo. Sólo entonces viviremos según la invitación de Cristo, que nos enseña el camino del amor más grande, el que nos permite dar la vida por nuestros hermanos (cf. Jn 15,12-14; 1Jn 3,16).