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Imágenes y símbolos de Cristo

En la presentación que hace el cardenal Joseph Ratzinger del Catecismo de la Iglesia Católica señala, como característica de la obra, la presencia de imágenes que acompañan al texto doctrinal. Allí anota el cardenal que “también la imagen es predicación evangélica”, y que “los artistas de todos los tiempos han ofrecido, para contemplación y asombro de los fieles, los hechos más sobresalientes del misterio de la historia de la salvación, presentándolo en el esplendor del color y perfección de la belleza”.

La representación de la imagen de Dios siempre fue una cuestión discutida en la historia de las religiones. Se ha pasado desde la multitud de imágenes y atributos divinos hasta su prohibición absoluta. Es en la representación de la divinidad donde se aquilata la calidad de una religión y de una fe. En la antropología precristiana se inicia con la prohibición de las imágenes de Dios en Israel, por temor a la manipulación de la divinidad, hasta la desconcertante decisión de Dios de reproducir su propia imagen, una imagen semejante a Él -el ser humano-, en su dualidad sexual: “A imagen suya los creó; varón y mujer los creó”. Esta sorpresa divina preparaba otra todavía mayor: la encarnación de su Hijo. El Hijo de Dios se hizo hombre en el seno de una mujer. Cristo es la imagen visible del Dios invisible. De ahí que las palabras y acciones de Cristo, su predicación y su vida, sean una perenne epifanía de Dios. A Dios nadie lo ha visto jamás, pero nosotros contemplamos toda la gloria y el esplendor divinos en el rostro y persona de Cristo. Dios no aborreció lo que creó. No tuvo por indigno el seno de una madre, ni el caminar con nosotros y llamarnos hermanos. La carne de Cristo es la garantía de nuestra salvación, porque sólo es redimido lo que es asumido.

Jesús no nos dejó ninguna imagen visible de su fisonomía, Mucho se discutió en los orígenes del cristianismo cómo debería guardarse su recuerdo. La presencia del Resucitado entre los suyos no se reproducía sino que se compartía, se actualizaba oyendo su Palabra y se gozaba en la caridad fraterna partiendo y compartiendo el Pan. Nadie se avergonzaba del crucificado pero gozaban del Resucitado. La persona del crucificado era la gloria y la fuerza de los predicadores del Evangelio, pero su representación causaba rechazo y escándalo en la sociedad pagana. Por eso privilegiaron los signos de victoria del ahora Resucitado, y las primeras representaciones de la cruz aparecen adornadas con piedras preciosas. La liturgia habla de la “pasión gloriosa” de Jesús, porque los cristianos se sintieron siempre victoriosos. Tardíamente se privilegió la cruz con el crucificado, el Crucifijo; luego se exaltaron algunos atributos divinos del Señor, como su amor en el símbolo de su corazón, o su misericordia en los rayos de luz, según la sensibilidad de tiempos y regiones. Hay un corrimiento de la imagen teológica y de culto hacia la imagen que resalta el sentimiento y la devoción.

El Catecismo de la Iglesia católica seleccionó varias imágenes: La Cruz gloriosa de Cristo, como árbol de vida plantado en el centro del paraíso; el Pantocrator: Cristo, Señor de la historia, que todo lo gobierna; y, para la portada, el Buen Pastor, imagen sencilla tomada de las catacumbas. Fue imagen preferida de los cristianos la de Cristo-Pastor, quien, cayado en mano, guía y protege a sus ovejas, al mismo tiempo que las atrae con su enseñanza y las hace reposar en el paraíso bajo el árbol de la vida cargado de frutos.

Mario De Gasperín Gasperín