El idioma más adecuado para hablar del Espíritu Divino, por su carácter misterioso, es el de los símbolos e imágenes. El Espíritu Santo escapa a la definición matemática. Se presta a la imaginación, a la poesía, a la metáfora.
La paloma. Es la imagen más conocida y más tradicional. ¿Por qué Él se escogió la paloma como símbolo suyo? Las razones de los teólogos no convencen. Parece ser más un asunto de poesía que de teología.
“Ven, amada mía, paloma mía, ven desde las grietas de la roca, déjame oír tu voz, porque tu voz es dulce” (Cant 2,14). Todo el libro del Cantar de los Cantares es un poema de amor, y al amor le gusta expresarse en metáforas. Y así la paloma se hace ternura, inocencia, sencillez. Es fácil acercarse a ella, no se espanta, no hace daño. Esos mismos rasgos se aplican espontáneamente al Esp. Santo. Así idealizamos la paloma, para que se ajuste más al modelo divino que representa. Hay animales con suerte.
La paloma aparece al final del diluvio. Noé la envía desde el arca para saber si la tierra ya está seca. La primera vez vuelve al no encontrar donde posarse. En su 2ª salida vuelve con un ramo de olivo en el pico. Y en su tercera salida ya no vuelve más (Gen 8, 8 12). La paloma fue fiel al volver con el verde mensaje, y fue inteligente al no volver cuando vio que podía quedarse en la tierra recobrada. Esa fidelidad e inteligencia de la paloma también le va bien al E. Santo. Sabe cuándo venir y cuándo marcharse.
Desde entonces, la paloma con el ramo de olivo ha sido símbolo de paz entre el cielo y la tierra, firmada con arco iris para que no haya más diluvios y no vuelva a peligrar el género humano.
Rabinos entendidos ven la paloma también en la creación: “el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen 1,2). Comparan la paloma que vuela sobre las aguas originales de la creación con la paloma que vuela sobre las aguas conquistadas del diluvio.
La paloma, símbolo del Espíritu creador, anuncia después del diluvio un segundo inicio, una segunda creación.
Y, finalmente, la paloma sobre las aguas del Jordán (Mt 3,16). Representa la bajada del Espíritu de Dios sobre Jesús, en el momento de su Bautismo, al comienzo de su vida pública. Evoca la nueva creación, el mundo nuevo que inaugura Jesús en la fuerza del Espíritu Divino. Y así en los grandes momentos de la humanidad está presente la paloma, reflejándonos algo del Espíritu Santo.
El agua. Otro símbolo es el agua. “Entonces Jesús gritó: Si alguien tiene sed, venga a mí y beba. Si alguien cree en mí, el agua brotará en él. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él” (Jn 7, 37‑39).
Apenas puede haber imagen más bella y significativa para el Espíritu de Dios que el agua viva, clara, libre, alegre. El pueblo judío que se había formado en el desierto conocía el valor del agua y lo consideraba un verdadero don del cielo. Y no es extraño que los ríos sean sagrados en muchas civilizaciones. Y tampoco es extraño que el mar nos hable de Dios si lo contemplamos en silencio.
El Espíritu Santo refresca y vivifica, limpia y santifica, arrastra y fecunda. Y el bautismo es el signo sacramental del nuevo nacimiento. En ese sentido dice la carta a Tito (3,5): “En el bautismo nacimos a la vida, renovados por el Espíritu Santo”. Termina el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, con la llamada del Espíritu y la Esposa a la cita profética: “El que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratuitamente el agua de la vida” (22,17). El agua del Espíritu que apaga la sed del alma y da vida eterna. Nuestra cita diaria con el agua viva ha de convertirse en cita con el Espíritu que mueve las aguas de la creación y la redención.
Preguntas para la reflexión
- ¿Cuál es mi símbolo preferido del ES? ¿Por qué?
- ¿Relaciono el agua con el ES?
- ¿Cómo puedo aumentar mi relación con el ES?
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