La escandalosa concentración de comercios ilícitos, en un mundo globalizado, es por sí mismo un proceso que nos encamina a una atmosfera de pillería verdaderamente irrespirable de atrocidades. Para desgracia del planeta, todos estos insensibles mercados violan constantemente los derechos humanos. Pongamos por caso, el comercio ilegal de armas, que ayuda a los sembradores del terror y a tantos criminales a jugar con las vidas de las personas. O el mismo tráfico de productos ilícitos, que al eludir los controles establecidos, nada es lo que parece, lo que menoscaba la buena gobernanza de las instituciones. O el comercio ilegal de fauna y flora silvestres, que se ha convertido en una sofisticada forma de delincuencia globalizada, comparable con la trata de seres humanos y el tráfico de drogas. Resulta, pues, obvio, con este panorama de despropósitos que nos circundan, que la ética es fundamental en cualquier relación humana.
Indudablemente, en un mundo marcado por el mal, considero que debemos estar en coordinación unos con otros, para impedir al menos que disminuyan estos comercios ilícitos. Si en verdad queremos salir de este círculo vicioso, contrario a la protección de la vida y a la dignidad de toda persona humana, hemos de desterrar todos los mercados negros, inclusive cualquier tipo de abuso que nos encontremos a pie de calle. Desde luego, este alarmante aumento de ilegalidades lo que genera es una cultura de conflicto que ha de propiciarnos, con urgencia, el deber moral de tomar decisiones concretas y oportunas, sobre todo para promover otros sistemas de vida más armónicos. Pienso, por ejemplo, que la comunidad internacional debería intervenir mucho más ante esta proliferación y disponibilidad de ofertas y demandas indebidas. A mi juicio, no hay que ahorrar ningún esfuerzo para bloquear este comercio nefasto para todos.
Toda medida, por mínima que nos parezca, bienvenida sea. Al respecto, cada año el 31 de mayo, la Organización Mundial de la Salud y sus asociados celebran el Día Mundial Sin Tabaco, con el fin de destacar los riesgos para la salud asociados al consumo de cigarrillos y promover la aplicación de políticas públicas eficaces para reducir ese consumo. Con ocasión de esta onomástica, en este año 2015, se exhorta a los países precisamente a que colaboren para poner fin al comercio ilícito de productos de tabaco. Sin duda, esta mercadería ilícita ha de ser un motivo de inquietud a escala mundial, y, en consecuencia, es una acertada decisión reflexionar al respecto sobre lo que puede generar esta ilegalidad, no sólo a nivel de salud, también a nivel de corrupción. Justamente, la Comisión Europea ha calculado que el comercio ilícito de cigarrillos cuesta a la Unión Europea y a sus Estados Miembros, más de diez mil millones de euros cada año en concepto de impuestos e ingresos aduaneros no percibidos.
Sea como fuere, recordemos que un ilícito es aquello que no está permitido legal o moralmente. Se trata, por lo tanto, de un quebrantamiento de la norma o, en todo caso, de una falta de ética. De todas maneras, no podemos seguir haciendo oídos sordos ante estos desvergonzados comercios, revestidos de brazos inmorales, que violan los convenios internacionales y están estrechamente unidos, no sólo a los peligros actuales, sino también al terrorismo, al crimen organizado y al narcotráfico. Por otra parte, cada día son más las personas que son objeto de comercio ilícito, forzados a convertirse en escudos, en personas maltratadas, violadas, abusadas. Naturalmente, hay una relación entre la explotación ilegal de los recursos naturales, el comercio ilícito de esos recursos y la proliferación y el tráfico de armas, lo que conlleva a exacerbar los problemas, avivando un clima de violencia como jamás.
Esta espiral de contiendas, en un comercio de ilícitos, no beneficia a nadie, porque todo lo distorsiona a su antojo y dominio. Es público y notorio, que cuando se desmoronan los más básicos principios humanos, el otro es siempre un rival, un enemigo al que hay que derrotar como sea y a cualquier precio. De ahí la necesidad de que debamos entre todos entendernos, promoviendo quizás una mayor comprensión entre religiones, culturas y civilizaciones. En este sentido, pienso que los líderes tienen la misión de ser una fuente de inspiración, ayuda y orientación hacia las personas que se esfuerzan por promover la armonía. Advertido queda.