La doctrina sobre las imágenes y su empleo en las celebraciones litúrgicas parece bastante clara para quien posee un conocimiento suficientemente ilustrado sobre su fe cristiana. Sabe que tiene como centro el misterio de la Encarnación y su desarrollo y culmen en el misterio Pascual. La fe cristiana es un rico universo, que gira en torno a la presencia del Hijo de Dios en la historia humana hasta su elevación a la gloria y su retorno glorioso. Ningún aspecto de la existencia humana: nacimiento, situaciones familiares y sociales, misterios como el amor, el dolor y la muerte, quedan exentos de la obra redentora de Cristo. Allí encuentran su sentido y celebración. Cristo asumió todo lo que es verdaderamente humano, y por eso lo redimió. Todo el desarrollo del culto católico, público, familiar o individual, está marcado por el misterio cristiano, por la presencia viva y salvadora de Jesucristo. En él y por él tienen consistencia y razón de ser todas las cosas, las del cielo y las de la tierra.
En este universo omnicomprensivo se sitúa la liturgia cristiana, que celebra la obra salvadora de Cristo encomendada a la Iglesia. Es tarea de la Iglesia esclarecer el sentido de las acciones litúrgicas, señalar su orden y promover sus valores para el disfrute correcto y provechoso de parte de los fieles. Pero la solemnidad de la liturgia no agota toda la riqueza de la religiosidad y de la piedad cristiana de los fieles. Existe la riquísima piedad popular llena de manifestaciones personales, familiares y comunitarias de la fe, que brotan de la espontaneidad creativa y sincera del corazón humano ante las diversas situaciones de la vida. Son oraciones, advocaciones, representaciones, imágenes, procesiones, actitudes y prácticas tradicionales o espontáneas que expresan una relación con Dios, con la Virgen o con los Santos, ante una necesidad, la muerte, el dolor, la alegría, la acción de gracias o la súplica de perdón. Son manifestaciones del alma creyente suscitadas por la fe y bajo la acción del Espíritu Santo, presente en la comunidad cristiana.
Aquí lo fundamental es compaginar, en lo esencial y en lo verdadero, todas estas manifestaciones piadosas con la auténtica fe de la Iglesia. El sentimiento es algo bueno, querido por Dios y digno de respeto, pero de difícil manejo y puede degenerar en pasión. Donde el sentimiento aflora sin la guía de la razón, fácilmente degenera en fanatismo y superstición. Nada es tan difícil como reencaminar el sentimiento religioso desviado. La Iglesia tiene el deber de orientar la práctica religiosa popular, para que se eviten excesos y desviaciones. A veces se prefiere tolerar que enmendar. Recordemos algunos principios generales:
1. La centralidad de Cristo: Sólo por Cristo y bajo la acción del Espíritu Santo se llega al Padre. Nada ni nadie pueden suplantar a Cristo en el culto cristiano. Las celebraciones, imágenes y símbolos de Cristo tienen la primacía.
2. “Después” -dice san Pablo-, ”los que son de Cristo”: La Virgen María, San José, los Apóstoles y los Santos. El Año litúrgico y el Misal señalan el orden de las celebraciones, no el gusto personal.
3. La liturgia es culto oficial de la Iglesia y tiene prioridad. Es el criterio para evaluar la piedad popular. Ésta debe inspirarse en la liturgia y conducir a ella; si se opone o se aparta, anda mal.
4. Las imágenes deben expresar el misterio de Dios más que el gusto personal. Deben ser siempre dignas y bellas, que favorezcan la piedad. Su lugar propio son los templos y los hogares, no los museos.
+ Mario De Gasperín Gasperín