Vaso espiritual. En las letanías lauretanas encontramos los títulos más hermosos con los cuales el pueblo cristiano honra a su Madre. Uno de ellos es: “vaso espiritual”. Ella, mucho más que San Pablo y todos los otros grandes apóstoles, es un instrumento escogido por Dios. María es el vaso espiritual, el vaso pleno del Espíritu de Dios. Desde el primer momento de su existencia, Él ha colmado su alma, la ha convertido en la “la llena de gracia”. Y en el fondo, “llena de gracia” no significa otra cosa que “llena del Espíritu Santo”. Además, ha transfigurado su cuerpo, lo ha preservado del aguijón de la concupiscencia y la ha liberado del pecado original.
¿Y por qué y para qué estos privilegios? El Espíritu Santo quería utilizarla como su morada y su instrumento predilecto preparándola para ser la Madre de Dios. Ella debía colaborar en la obra de la Redención y santificación del mundo. Ella es ese miembro de la humanidad que el Espíritu Santo utilizó para posibilitar, realizar y consumar la Redención.
Y como sabemos, María fue un instrumento perfecto del Espíritu. Nunca lo defraudó. Siempre le respondió con un SÍ total, desinteresado y magnánimo. Fue su instrumento perfecto como Madre de Cristo, desde la Encarnación hasta la Muerte en la Cruz.
Fue y sigue siendo su instrumento perfecto en el cielo: como Madre de la Iglesia, de los cristianos y como Medianera de todas las gracias.
Tal como en María, el Espíritu quiere actuar en nuestras almas. Quiere expulsar el venenoso espíritu mundano que nos rodea y ubicarnos en la atmósfera pura y santificadora de la Virgen. En Ella nos da un recuerdo vivo del paraíso y despierta en todos los hijos de Dios el anhelo de retornar, un día, al paraíso. Que Ella, el “vaso espiritual”, nos ayude a todos a ser morada e instrumento fecundo del Espíritu Divino.
Por todo esto, desde muy antiguo, el pueblo cristiano ha dado a María el título de “Vaso del Espíritu Santo”.
Acercarse a Ella es acercarse a Él y comprender lo que Él quiere hacer con todos nosotros: liberarnos como a Ella del pecado, llenarnos de Cristo, sumergirnos en el misterio de la Iglesia.
María pone de manifiesto, sobre todo, la misión esencial del Espíritu Divino: conducirnos vitalmente hacia el Hijo y hacia el Padre. Porque Ella, por su condición de Madre, nos ayuda a sentirnos hijos y a identificarnos como tales con Jesucristo. Y porque, como toda Madre, posee también el don de hacernos cercano y atrayente el corazón del Padre.
De este modo, la misión del Espíritu Santo se identifica con el carisma propio de María. Así se explica por qué, en la historia de la Iglesia, la devoción al Espíritu y a la Virgen siempre florecen juntas.
Arpa del Espíritu Santo. Algunos Padres de la Iglesia la llamaron a la Sma. Virgen: “arpa del Espíritu Santo”. Toda su vida estaba bajo la conducción del Espíritu. Siempre de nuevo Ella escuchaba hacia dentro, en su corazón, para poder entender su soplo. Y cuando comprendió sus insinuaciones y sugerencias, inmediatamente las puso en práctica. Fue un instrumento fino y puro en la mano de Dios, en el cual el Espíritu logró tocar los tonos más delicados. Nunca puso ni el más mínimo obstáculo al obrar de Él. Y porque siempre correspondió con tanta apertura y sensibilidad, docilidad y obediencia a sus deseos, Ella es nombrada el arpa del Espíritu Santo.
Queridos hermanos, pidámosle a María, que por su intercesión descienda como en el Pentecostés, el Espíritu Santo sobre cada uno, que nos regale sus dones y frutos y que nos transforme en instrumentos y portadores de su amor divino.
Preguntas para la reflexión
- ¿Tenemos ansias de que Él tome en sus manos nuestra educación y nos forme según su espíritu?
- ¿Me siento un instrumento del ES?
- ¿Cómo es mi reacción a las sugerencias e insinuaciones del Espíritu Santo?
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