3 de octubre de 2015, Plaza de San Pedro, Vigilia de Oración por el Sínodo de la Familia. Papa Francisco: “sin el Espíritu Santo, Dios resulta lejano, Cristo permanece en el pasado, la Iglesia se convierte en una simple organización, la autoridad se transforma en dominio, la misión en propaganda, el culto en evocación y el actuar de los cristianos en una moral de esclavos.”
¿Creemos en el Espíritu Santo? ¿Creemos que nos acompaña y que sopla sus dones con frescura en el interior del Pueblo de Dios, haciéndolo comprender el mundo desde la experiencia del Encuentro? El Espíritu Santo no confunde el mensaje, no hace lo bueno malo ni lo malo bueno. Al contrario, nos lo recuerda, y al recordarlo lo vuelve a enseñar trayéndonos su novedad hoy, en las circunstancias en las que estamos, ante la vida que tenemos delante y que nos sorprende a cada paso.
Cuando no creemos en el Espíritu nos encerramos en un moralismo que es incapaz de ver más allá porque se ha vuelto una ideología fría, juzgona e insensible. Hay que abrir las ventanas para que penetre la voz del Espíritu, que nos acercará la Palabra del Padre siempre que estemos dispuestos a recibirla. Lo comentaba Benedicto XVI con una claridad extraordinaria: “Desde sus contextos vitales, cada generación puede descubrir nuevas dimensiones que la Iglesia no ha conocido con anterioridad… Nunca podemos afirmar que ya lo sabemos todo, que el conocimiento del cristiano ya está cerrado.”
Y Francisco nos dice, con su humilde finura intelectual: escuchad, no os apresuréis a hablar, a decir lo que tenéis ya por sabido. Escuchad primero. “Volvamos a Nazaret para que sea un Sínodo que, más que hablar sobre la familia, sepa aprender de ella”. Porque cada familia es una luz que ilumina las tinieblas y nos enseña que el otro, sea como sea, “aunque recorra caminos diferentes”, es siempre un don.