La Congregación para la Causa de los Santos acaba de reconocer la práctica heroica de las virtudes cristianas del Padre Juan Manuel Martín del Campo, sacerdote de la Arquidiócesis de Xalapa. Nativo de Lagos de Moreno, Jalisco, se ordenó sacerdote y ejerció su ministerio en tierras veracruzanas desde los tiempos del santo Obispo de Veracruz, San Rafael Guízar Valencia; después de Don Manuel Pío López Estada, de Monseñor Emilio Abascal Salmerón y del Arzobispo Emérito Mons. Sergio Obeso Rivera. Al actual Arzobispo, Don Hipólito Reyes, le ha tocado proseguir con su proceso de canonización, del cual este reconocimiento es una gran señal de esperanza.
Ciertamente la feligresía veracruzana estará de plácemes, pues el Padre Martín, como era conocido, fue un sacerdote estimado y querido en las diócesis que más inmediatamente gozaron de sus servicios ministeriales, como fueron la de Xalapa, la de Córdoba y la de Orizaba, aunque su caridad no tenía fronteras. Desempeñó numerosos y delicados cargos, sirviendo a la grey veracruzana. Fue confesor y director espiritual en el Seminario de Veracruz desde los tiempos del San Rafael Guízar, y después en el Arquidiocesano de Xalapa. Acompañó a Monseñor Sergio Obeso en sus numerosas visitas pastorales a todas las parroquias, sobre todo con el ministerio de oír confesiones. Solía celebrar la misa muy temprano y, después, sentarse a confesar prácticamente durante todo el día. Fue un ministro extraordinario de la Misericordia divina. Sin duda que su elevación a los altares será un ejemplo luminoso de ese pastor con olor a oveja de confesonario en este año y jubileo que se avecina de la Divina Misericordia.
Sus superiores generalmente le encomendaban asuntos graves y delicados, como suelen aparecer en las parroquias cuando el Obispo realiza la Visita Pastoral. El Padre Martín era el enviado por el señor Arzobispo para atenderlos y resolverlos. Esta experiencia multiforme, unida a su natural talento de observador y a su conocimiento del alma humana y de la gracia divina, lo hacía solucionar los casos difíciles con aparente naturalidad aunque, en verdad, se debía a su discernimiento espiritual y sabiduría pastoral. Por eso también ejerció, con tino y discreción, el ministerio de exorcista en numerosas ocasiones.
En los tiempos de la persecución religiosa varias iglesias y templos fueron ocupados por el gobierno y sus gremios. El recuperó varios, con dificultades pero siempre con éxito. Uno en Xalapa, que ahora ha sido transformado en Santuario Guadalupano. Para conseguir terrenos y construir templos, solía acompañar al párroco rodeado de feligreses, celebraba la santa Misa, plantaba una gran Cruz y dejaba una imagen de la Virgen de Guadalupe. No había quién tocara ese terreno y el templo se levantaba. Llame a esta práctica espiritual, sociológica, psicológica o como quiera, pero era muy efectiva en esos tiempos de perdonavidas anticlericales en que le tocó ejercer su ministerio sacerdotal.
Trabajó como párroco durante muchos años en la ciudad de Coatepec, la tierra de naranjales y cafetales. Fue muy querido de sus feligreses a quienes tuvo que dejar por obediencia, para atender otra misión de su Obispo. Sus feligreses no se resignaron a perderlo para siempre y, al morir, reclamaron sus restos. Se encuentra sepultado en la parroquia de San Jerónimo, de Coatepec, Veracruz. Decía un anciano y experimentado director espiritual de un Seminario, a los sacerdotes recién ordenados: Yo declararía santo, sin más, al sacerdote que no se hubiera negado nunca en su vida a confesar a alguien que le pida el Sacramento de la Confesión. Pues ese fue el Padre Juan Manuel Martín del Campo.
+ Mario De Gasperín Gasperín