Continuamos en el Sínodo, ahora en la segunda de tres semanas. Como sabemos, el tema es la vocación y misión de la familia en el mundo actual.
Lo ordinario es que la familia haya sido para muchos un regalo precioso, así como cada persona un regalo para la familia. No dejará de haber hechos negativos o dolorosos en nuestra historia familiar; pero si recapacitamos detenidamente, son más los hechos positivos y gozosos.
Como quiera que sea, es saludable pedir y dar perdón en la relación familiar, lo mismo que dar gracias. Y esto no sólo a los cercanos, en lo que se llama la familia nuclear, o sea los papás, hijos y hermanos; sino también a la relación más amplia, que incluye abuelos, nietos, tíos, primos, sobrinos, etc.
Nuestra familia nos ha recibido y nos ha ayudado a crecer en lo biológico, intelectual, laboral, en la vida de fe.
Es bueno reconocer cuánto nos ha ayudado nuestra familia, de modo que nos haga incrementar la gratitud. También preguntarnos cuánto hemos ayudado a nuestra familia, a fin de aumentar la actitud generosa y creativa. Mucho hemos recibido, mucho podemos dar.
Hagamos reunión familiar y digámoslo. Que esto nos ayude a ser mejores esposos, padres, hijos, hermanos. Desde luego, que nos ayude a crecer en la fe: celebremos la Comunidad de Personas divinas que forma la Santísima Trinidad, tres Personas divinas –Padre, Hijo y Espíritu Santo- totalmente diferentes pero en perfecta comunicación y comunión, que forman un solo Dios.
Como personas humanas y como familia somos imagen de Dios Trino y Uno. La Santísima Trinidad es nuestro origen, fundamento y meta. O sea que de la Trinidad venimos, en la Trinidad nos sostenemos y a la Trinidad estamos llamados a volver. Que en la relación familiar nos comuniquemos de tal manera que nos esmeremos en amarnos al estilo como aman el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es un reto enorme. Es la meta de la santidad a la que estamos llamados a anhelar y vivir.