Sin horizontes claros, el ser humano se derrumba. Más allá del desarrollo de los pueblos, muchas veces nos invade un tremendo abatimiento que nos deja, ya no solo sin verbo, también sin nervio para eximir el corazón de tanto desasosiego. Fruto de este ambiente de incertidumbre, los mismos jóvenes, que cuentan con más información que nunca, sin embargo aparecen perdidos, totalmente distraídos, con apenas nulas referencias y pocos referentes. Por una parte buscan, a toda costa, independencia y autonomía, y por otra, como amparo, tienden a ser dependientes del momento, sin otra aspiración que sentirse bien, aunque el ambiente mercadee con ellos. Este adoctrinamiento cultural de lo más absurdo, de la falta de sentido común y de la condición esperpénticamente infernal de la vida humana, nos está volviendo inhumanos como jamás. Y lo peor, es que las expectativas son verdaderamente frustrantes, pues lo irracional y el odio de muchos moradores es tan fuerte, que va a resultar difícil poder escapar de este trágico devenir. Sin duda, hoy más que nunca, precisamos una renovada energía vital, sobre todo para reaccionar frente a tantos sueños truncados por un poder usurero, que hace tiempo nos ha destrozado nuestro propio pensamiento, nuestra propia razón de existir en libertad.
Ojalá supiéramos abrir bien los ojos a la realidad para cambiarla. A propósito, se me ocurre pensar en una mujer de místico entusiasmo. Ella es nuestra querida Santa del verso, Sta. Teresa de Jesús, que a pesar de haber celebrado este año el V aniversario de su nacimiento, sigue tan viva como siempre. Confiamos en que su coraje y lucha por la vida, nos valga para descubrir a cada cual, que aún entre las cenizas de este mundo, caldean las brasas de otro mundo más humano; no en vano, su plan de vida fue bien claro y contundente: «Así que, mis hijas, todas lo son de la Virgen y hermanas, procuren amarse mucho unas a otras» (Carta a las monjas de Sevilla- España, 13 de enero de 1580, 6). Precisamente, es esta reactivación espiritual del amor auténtico, el que a mi juicio hoy tanto necesitamos, cuando menos para rejuvenecernos como especie pensante, dispuesta a abrirse a la vida, o sea a la esperanza. No podemos tirar la toalla existencial con nuestra indiferencia. Hemos de implicarnos en lo que de verdad nos realiza como ciudadanos del mundo, que no es otra cosa que la pura donación de nosotros mismos a los demás, el puro don de sentirse algo para alguien, sean cuales sean las circunstancias por las que pasemos. Nuestra vida no tiene sentido de otra manera. Valemos por lo que nos entregamos en la construcción de un orden político, social y económico, que sirva mejor al ser humano y que ayude a la ciudadanía a desarrollar su propia dignidad.
Resulta indigno que todavía se pretendan implantar sistemas o ideologías que conllevan violencia, que perturban sistemáticamente el equilibrio social con medios subversivos, cuando la paz es el bien más preciado a conquistar, que es también supremacía de la verdad y de la justicia, o sea del amor social, algo que nos armoniza entre las personas, las familias y las instituciones. Es, bajo este lazo de verdadera concordia, como se puede poner fin a la pobreza y a la discriminación. A este respecto, nos alegra que Naciones Unidas haya pensado en esta construcción de futuro, sustentada por la vía de eliminar la pobreza en todas sus formas y, a la vez, sostenible en la medida del empeño que pongamos en la donación. La motivación, el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza (17 de octubre), una onomástica que ha de comprometernos a cada ciudadano, sin obviar a ninguno, cada cual eso si con sus responsabilidades, para que el planeta mejore armónicamente, tanto en prosperidad como en equidad. Nuestro objetivo, por propia humanidad, ha de concebirse como un bienestar para todos, universalizado, y no únicamente para unos pocos privilegiados, que encima son avarientos.
Si es detestable esa avaricia coleccionista por parte de los que lo tienen todo, que aún quieren más, o esa otra avaricia espiritual que tienen los que sabiendo algo, no procuran la transmisión de sus conocimientos, también es indigno dejar pasar o dejar hacer, en cuanto al tráfico de individuos con alma. Al parecer la dignidad humana no está prevista en muchos de los planes actuales de globalización. Por eso, es también una buena noticia, para calmar este desasosiego mundializado, que el Consejo de Seguridad autorice la inspección y apresamiento de barcos que trafiquen migrantes. El documento insta a los países y organizaciones regionales cuyos buques de guerra y aeronaves operan en alta mar y en el espacio aéreo frente a Libia a que permanezcan atentos al tráfico de migrantes y trata de personas y les alienta a intensificar y coordinar esfuerzos, en cooperación con las autoridades libias. Es hora de que las personas podamos nivelar la dignidad por encima del nivel del miedo. En relación a esto, la citada resolución pone también de relieve que los migrantes, incluidos los solicitantes de asilo, deben ser tratados con humanidad y dignidad y sus derechos deben respetarse plenamente, e insta a los Estados a cumplir en ese sentido sus obligaciones en virtud del derecho internacional.
Indudablemente, en un mundo cada vez más interdependiente, hemos de hacer más por escucharnos unos a otros, para que nadie se nos pase inadvertido. Los que padecen penurias e indignidad necesitan algo más que consuelos, requieren sin duda acciones concretas que les permita levantar cabeza por sí mismos, salir de la exclusión con algo más que una mera protección social, con un trabajo decente. Sólo así se pueden corregir los alarmantes desequilibrios del momento actual. En este sentido, es un signo esperanzador que la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, coloque en su centro a las personas y el planeta; proveyendo a la comunidad internacional de un ímpetu que necesita para trabajar todos en conjunto, a fin de abordar los enormes desafíos a los que se enfrenta la humanidad, incluyendo los relacionados con el mundo del trabajo. En relación a esto, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), estima que más de seiscientos millones de nuevos empleos deberán ser creados de aquí a 2030, sólo para seguir el ritmo de crecimiento de la población mundial en edad de trabajar. Esto representa alrededor de cuarenta millones de empleos al año. También necesitamos mejorar las condiciones de los setecientos ochenta millones de hombres y mujeres que trabajan, pero no ganan lo suficiente para superar ellos y sus familias el umbral de la pobreza de dos dólares al día. En cualquier caso, una sociedad verdaderamente humana sabrá cómo apreciar y recompensar adecuadamente la contribución de esas personas que no toleran las injusticias, y aún menos las inmoralidades de algunos desgobiernos del mundo.
Debemos, por lo tanto, proseguir en la búsqueda de soluciones frente a esta globalización del desasosiego y de la desesperación en la que subsisten multitud de personas a las que se les niega, por principio, el acceso a los servicios sociales, la seguridad económica, el trabajo decente y la protección social. Esta es la triste situación de millones de ciudadanos que continúan viviendo en la pobreza, sin derecho a nada. Además, más de veintiún millones de personas son víctimas del trabajo forzoso. Trabajan en las fábricas y en las minas, en hogares particulares y en las calles. Están en todas partes y en todos los países. Por otra parte, como apuntan las Organizaciones Internacionales, tenemos una carencia persistente de oportunidades de trabajo decente, inversiones insuficientes y bajo consumo, lo que produce una erosión del contrato social que es el fundamento de las sociedades democráticas: el derecho de todos a compartir el progreso. Resulta, de este modo, que el crecimiento humano constituye como un activo de nuestros deberes. Más todavía, estamos llamados a superarnos cada día con el esfuerzo personal, responsable y solidario; lo que conlleva a un avance nuevo, hacia un compartir que, en el fondo, es la finalidad suprema del desarrollo ciudadano. Al fin y al cabo, la primera máxima de todo ser humano, ha de ser liberarse, para que todo ciudadano pueda preguntarse por su vida y poder cambiarla.