Surgió una propuesta. Los siempre descontentos buscaron hundirla con misiles y bombas de palabras. Los siempre positivos la analizaron con paz y vieron cómo mejorarla para el bien de todos.
Así ocurre en las familias y en el trabajo, en la parroquia y en el equipo de deporte, entre los compañeros de clase y los miembros de una asociación humanitaria.
Los siempre descontentos se fijan en lo que no entienden, lo que no les gusta, lo que según ellos no funcionaría. Analizan la cantidad de esfuerzo que acompaña cada propuesta. Los gastos elevados y los escasos (según ellos) beneficios. Lo cuestionan todo porque, explican, siempre existen alternativas mejores…
Los siempre positivos analizan la propuesta en sus diversos aspectos. Ven qué es valioso y puede mejorarse. Estudian cómo habría que llevarla a cabo, si promete buenos resultados, o cómo posponerla si hace falta ponerla en cuestión por motivos serios.
En un mundo tan complejo como el nuestro (¿ha existido alguna vez un mundo simplificado?), no es posible contentar a todos ni llegar a propuestas y decisiones perfectas.
Frente a las mil alternativas que pueden escogerse, produce pena encontrarse con personas siempre descontentas y críticas de cualquier iniciativa. En cambio, da serenidad y alegría ver a los siempre positivos que colaboran y piensan desde una actitud de acogida y afecto hacia los demás, también si tienen ideas diferentes de las propias.
¿Cómo queremos ser? ¿Qué vamos a decidir en medio de las diferentes opciones que se abren ante nuestros ojos? ¿Cómo recibiremos las propuestas e iniciativas de quienes viven a nuestro lado? Si respondemos adecuadamente, infundiremos un poco de aire fresco y positivo en un mundo necesitado de esperanza y de sanas alegrías…