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Curar el pecado que destruye matrimonios

Uno de los males más terribles para millones de matrimonios es el pecado. Porque el pecado, al romper la relación de uno de los cónyuges (o de los dos) con Dios, daña también la vida de la pareja, precisamente al alejarla de Aquel que es la garantía del amor esponsal.

Del pecado nacen las luchas internas por imponerse al otro, las avaricias, los celos, las críticas maliciosas, los insultos, los rencores, las infidelidades, la falta de un sano diálogo, el desprecio, incluso la violencia.

Si el pecado hiere de tantos modos la convivencia entre los esposos católicos, uno de los caminos más urgentes para iniciar la curación consiste en la misericordia. Porque gracias a la misericordia el esposo o la esposa (o los dos) pueden recuperar la gracia y amistad con Dios, pueden apartarse del pecado y abrirse al mundo del verdadero amor.

En un mundo donde miles de matrimonios fracasan, con daños enormes para ellos y, cuando los hay, para los hijos, hace falta proponer nuevamente el camino maravilloso de la misericordia. Un matrimonio en el que los esposos saben pedir perdón a Dios y a la otra parte es un matrimonio que ha iniciado el camino más hermoso para ser curado.

Por eso la Iglesia católica, en su deseo por ser fiel a Cristo, invita continuamente a la conversión. Es el Maestro el que nos pide que no pequemos más y escuchemos el Evangelio. Es Jesús quien nos invita a perdonar de corazón porque el Padre nos perdona. Es el Hijo de Dios hecho Hombre quien nos enseña a no insultar y a decir la verdad. Es el Hijo de María quien ayuda a los esposos a servir sin esperar nada a cambio.

En un mundo que promueve el divorcio, la infidelidad, el adulterio, la falta de respeto al propio cuerpo o al cuerpo de los demás, el mensaje cristiano abre un horizonte maravilloso de sanación. Allá donde un esposo o una esposa buscan la confesión y piden humildemente perdón, ha iniciado un camino maravilloso que no solo “salva” un matrimonio, sino que lo lleva a cumbres insospechadas y magníficas de santidad y de alegría evangélica.