Los terribles atentados que sacudieron París el viernes nos han dejado a todos consternados, abatidos y estupefactos. No alcanzamos a comprender cómo es posible que se asesine a otros indiscriminadamente, sin atender a su dignidad, al sufrimiento que se provoca a inocentes, y todo por cuestiones meramente ideológicas. El fanatismo llega a nublar las capacidades cognoscitivas de las personas que quedan impedidas, al menos temporalmente, para darse cuenta de la realidad que tienen delante, cuál es su valor y significado. Nuestra oración por las víctimas, por los heridos, por las familias que han visto sus casas inundarse de dolor… y por los asesinos, criminales que no nos llevarán a su terreno, que no evitarán que sigamos reconociendo que el mal abyecto del que han sido capaces no puede borrar en ellos que son hijos -rebeldes, ingratos, Capaneos- del único Dios creador.
Es un episodio más de lo que el Papa Bergoglio ha calificado como “una Tercera Guerra Mundial por partes”, con actos para los que no hay “ningún tipo de justificación religiosa ni humana”. Hay que señalar que Francisco nos lleva advirtiendo de este conflicto global al menos desde junio del año pasado.
Tenemos que sostener el deseo de paz y el compromiso por construirla, que no puede disminuir la obligación de defender al débil de los ataques injustos, arriesgando la vida si es preciso. La guerra se libra hoy en Siria, en Libia, en Irak, en Afganistán, Yemen, Nigeria, República democrática del Congo, Somalia… pero también, de otra forma, en París, Ankara, Madrid, Nueva York, Londres… y en nuestras mentes y corazones.
En las próximas semanas debemos estar atentos, leer con tranquilidad, meditar cerca de Cristo, mantenernos del lado de la paz y de la justicia y no dejarnos arrastrar nosotros también por resortes ideológicos que intentarán dirigir nuestro pensamiento. Y si me aceptan un consejo: no formen su juicio sin escuchar y reflexionar antes las palabras del Papa.