Justo ahora, cuando los centros comerciales comienzan a anunciar que en diciembre tenemos una cita en familia para la celebración de la Navidad, pienso en lo maravilloso que es recordar que tengo una cita con la eternidad.
Y es que pienso, que hay fechas muy importantes para cada uno, que nos recuerdan un día muy especial. Yo recuerdo el 5 de julio como una fecha grande, porque le dije a Jesús, el día de mi Primera Comunión, que “ese era el día más feliz de mi vida”. Tuve un día para nacer y ese es mi cumpleaños, y otras fechas importantes en mi existencia. Ahora que ya he caminado un buen trecho de ésta, comienzo a preguntarme cuándo será la fecha de mi gran día, cuando conozca, cara a cara, a Jesús.
En un buen cortometraje que vi hace tiempo, el narrador reflexionaba en cuántas veces no hemos vivido una fecha del calendario que es, precisamente la que corresponde a nuestra fecha de muerte, un año o más adelante. Vivimos un 28 de enero, un 7 de agosto o un 14 de julio sin saber que estamos en ese día especial en que no sabemos, pero Dios sí sabe, que estaremos con Él.
Estamos acostumbrados a planearlo todo, a tener todo previsto y asegurado para el futuro y no caemos en la cuenta de que, gracias a Dios, tenemos una cita con Él. Cuando asistimos a un funeral parece que la muerte es un evento, difícil y penoso, que experimenta cualquier otro; parece una ficción, que también lo viviremos nosotros. Pensar en la muerte parece pesimista, y lo es, si no recordamos que, porque Cristo vive, pensar en la muerte, es pensar en la vida.
Dios dice que nos conoce desde antes de estar en el vientre de nuestra madre, nos ve cuando nos acostamos y levantamos por la mañana. ¿Cómo no ha de regalarnos un día especial, para nuestro encuentro con Él? Este encuentro con Jesús no es una pre determinación del destino, no es un oráculo griego. Será un día, a media tarde o al anochecer, cuando nos tome en sus brazos, y tenemos fe en que ese gran día, el de nuestra cita con la eternidad, la misericordia de su corazón se abrirá al nuestro y nos acogerá en esa fecha especial, un lunes, jueves o domingo, cuando nuestro madero esté libre de humedades, para unirnos para siempre, al fuego de su amor.