Corre por la red una carta del periodista francés Antoine Leiris, que tras perder a su mujer en uno de los ataques en Paris escribió: “Ustedes no tendrán mi odio…No les daré el privilegio de odiarlos…Queréis que tenga miedo, que mire a mis conciudadanos con sospecha, que sacrifique mi libertad por la seguridad. Y no, no lo conseguiréis”.
Y estas palabras, me hacen preguntarme esta mañana: ¿Cómo reaccionar ante este grandísimo mal del terrorismo? ¿Debería renunciar a la venganza, a los recelos, la indignación, a la cólera de estos actos tan dolorosos? ¿Tendría que endurecer mi corazón para que estas tragedias humanas- y otras acaecidas en otros países de los que hoy nadie habla -, no me afecten?
Es normal que la ira , el odio, la revancha, sea una primera reacción ante ciertos acontecimientos brutales contra nuestro modo de vida, nuestra libertad, nuestros valores, y la dignidad humana. La violencia y el mal no nos pueden dejar indiferentes. Debemos reconocerlo y, en lo posible, repararlo. Pero, la solución no es malgastar nuestra vida buscando resurgir de nuestras heridas a cualquier precio. “Un refrán chino dice: «El que busca venganza debe cavar dos fosas”[1].Solo respondiendo a la violencia con comprensión, sin odio, sin prejuicios podremos construir un mundo mejor. «Nosotros tenemos flores», https://www.youtube.com/watch?v=BZfqUuozYD0 como le explica un padre a su hijo los atentados en París en un video recogido por un periodista del programa francés Le Petit Journal.
Como decía Juan Pablo II: “No podrá emprenderse nunca un proceso de paz si no madura en los hombres una actitud de perdón sincero. Sin este perdón las heridas continuarán sangrando, alimentando en las generaciones futuras un hastío sin fin, que es fuente de venganza y causa de nuevas ruinas. El perdón ofrecido y aceptado es premisa indispensable para caminar hacia una paz auténtica y estable (…)E l dolor por la pérdida de un hijo, de un hermano, de los propios padres o de la familia entera por causa de la guerra, del terrorismo o de acciones criminales, puede llevar a la cerrazón total hacia el otro (…) Sólo el calor de las relaciones humanas caracterizadas por el respeto, comprensión y acogida, pueden ayudarles a superar tales sentimientos. La experiencia liberadora del perdón, aunque llena de dificultades, puede ser vivida también por un corazón herido (…) A cada persona de buena voluntad, deseosa de trabajar incansablemente para la edificación de la nueva civilización del amor, repito: ¡ofrece el perdón, recibe la paz!”.[2]
Aun así, muchos de vosotros lo sabéis por experiencia, el dolor, las lágrimas, la herida, y el sufrimiento no desaparece de nuestras vidas.
“Quizá nunca será posible perdonar de todo corazón, al menos si contamos sólo con nuestra propia capacidad. Pero un cristiano cuenta, además, con la ayuda todopoderosa de Dios. «Con mi Dios, salto los muros,» canta el salmista. Podemos referir estas palabras a los muros que están en nuestro corazón. Con la ayuda de buenos amigos y, sobre todo, con la gracia de Dios, es posible realizar esta tarea sumamente difícil y liberarnos a nosotros mismos. Perdonar es un acto de fortaleza espiritual, un gran alivio. Significa optar por la vida y actuar con creatividad.
Sin embargo, no parece adecuado dictar comportamientos a las víctimas. Hay que dejar a una persona todo el tiempo que necesite para llegar al perdón.
(…)En un primer momento, generalmente no somos capaces de aceptar un gran dolor. Antes que nada, debemos tranquilizarnos, aceptar que nos cuesta perdonar, que necesitamos tiempo. Seguir el ritmo de nuestra naturaleza nos puede ayudar mucho. No podemos sorprendernos frente a tales dificultades, tanto si son propias, como si son ajenas.
Si conseguimos crear una cultura del perdón, podremos construir juntos un mundo habitable, donde habrá más vitalidad y fecundidad; podremos proyectar juntos un futuro realmente nuevo. Para terminar, nos pueden ayudar unas sabias palabras: «¿Quieres ser feliz un momento? Véngate. ¿Quieres ser feliz siempre? Perdona.»[3]
[1] Jutta Burggraf, Aprender a perdonar, Nuestro Tiempo, nº 643
[2] JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz Ofrece el perdón, recibe la paz, 1-I-1997.
[3] Jutta Burggraf, Aprender a perdonar, Nuestro Tiempo, nº 643