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Devolver las llaves a cristo

Los últimos y primeros domingos del año litúrgico nos sitúan ante la segunda venida del Señor Jesucristo. Aunque, en verdad, él nunca se ha ido de entre nosotros, porque es él quien sostiene a su Iglesia y quien rige los destinos del universo. Lo que cambia es el signo de su presencia: primero en la humildad de su carne en Belén; después entre nosotros con presencia misteriosa en sus ministros, en su palabra, en los sacramentos especialmente en la Eucaristía; finalmente cuando “vendrá con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos”, como recitamos en el Credo. Tres modos de la presencia de Cristo con nosotros: en la humildad de la carne mortal; en los signos sacramentales mientras dure la iglesia; y la gloriosa y triunfante al final de los tiempos para el Juicio universal.

El retorno de Cristo glorioso fue siempre signo de consuelo para la Iglesia. El Juicio final fue y sigue siendo motivo de esperanza para los pobres y agraviados de este mundo. No existe otra instancia posible de hacer justicia de todos los crímenes cometidos contra los inocentes e indefensos por parte de los poderosos de este mundo. Por parte de nosotros también. Como existe Dios justo y todopoderoso, necesariamente existirá justicia para todos, y ésta se llama Juicio universal. Esta fe y esperanza la plasmaban los cristianos en la construcción de sus templos. Al Oriente colocaban la imagen de Cristo glorioso, que vendrá a premiar a los justos; al Occidente, la escena del Juicio final que recordaba al cristiano el caminar con rectitud y practicar el bien. Así integraron la justicia verdadera con la misericordia divina, como Dios enseña y manda, no como la que fabricamos los humanos a placer.

Las autoridades capitalinas anunciaron que, para la próxima visita del Papa Francisco, se instalará en el zócalo una reproducción de la Capilla Sixtina, tal como está en al Vaticano. Será una experiencia maravillosa poder admirar esta obra de arte del gran Miguel Ángel. La gozarán en casa quienes nunca podrán viajar a Roma, pero esperamos que también sea de provecho espiritual para las mismas autoridades que promovieron este magnífico encuentro del arte con la fe. Podemos imaginar a nuestras autoridades, ministros y jueces, privada o colegiadamente, contemplando la escena del Juicio final. Aparece Cristo glorioso, mano diestra levantada, como Juez universal. La Virgen María, a su lado, en actitud suplicante. Los ángeles abren el libro de la vida y de la muerte, y convocan a juicio a las naciones. Al instante, todos los humanos se presentan desnudos ante el Juez, porque a los ojos de Dios no hay encubrimiento ni simulación posible. San Pedro devuelve las llaves de la Iglesia a Jesucristo y los otros apóstoles presentan sus trofeos del martirio, encabezando así la gran procesión de mártires y santos que no se avergonzaron de la cruz de Cristo. A la izquierda, se precipitan los malvados al infierno para ocupar su lugar entre los malditos. La negra boca del infierno está abierta ante el altar de Cristo, único capaz de cerrarla.

De provecho sería que cada visitante buscara su sitio en este escenario, pues ahí todos tenemos apartado un lugar. Gesto significativo sería también tener en nuestras manos, para entregar a Cristo Juez del universo, las llaves de la casa que habitamos, del coche que conducimos, de la oficina que administramos, de la caja fuerte que custodiamos, del estado o país que gobernamos. Quizá así la entrega de las llaves de la ciudad que se hará seguramente al Papa Francisco recobraría su verdadero significado.

+MarioDe Gasperín Gasperín