El mundo de hoy, preso del pragmatismo, necesita reaprender el valor de la gratuidad.
Papa Francisco
Aún sintiendo encima el torrente impetuoso que ha resultado ser para el pueblo de México la visita apostólica del obispo de Roma, espigando entre los gestos que le acompañan y hablan tanto o más que sus palabras, me detengo en uno: la visita que hizo a la tumba de don Samuel Ruiz García (1924-2011), el obispo de los indios, en el marco de su visita a la Catedral de San Cristóbal de las Casas el mediodía del lunes 15 de febrero del 2016.
Postrarse ante el sepulcro de un mitrado que en su tiempo fue objeto de los más severos cuestionamientos por parte de la Curia Romana y de la Secretaria de Gobernación nacional, es el mayor acto de desagravio que se le puede dispensar a su memoria y al proyecto pastoral que le costó la incomprensión de casi todos sus hermanos en el episcopado, donde tuvo gratuitos y enconados adversarios, que no vacilaron en considerarlo pro comunista y cuasi cismático, no obstante haber sido su ministerio la lógica continuidad de dos experiencias que le marcaron hondamente al tiempo de elegirle sucesor de fray Bartolomé de las Casas san Juan XXIII, en 1959: la postración y abatimiento padecido por los indios de Chiapas sólo por serlo de parte de quienes abusan de ellos por no compartir esta identidad. La otra vivencia rotunda para don Samuel fue haber asistido como padre conciliar a todas las sesiones del Vaticano II, impregnándose de su dinámica.
“Pastor generoso y ejemplar de esa porción de la Iglesia católica”, calificó a don Samuel el obispo Mario de Gasperín Gasperín, quien lo acogió fraternalmente en su sede episcopal de Querétaro siendo ya emérito. “Figura de orden moral y de responsabilidad ética que ejerció su misión desde una Iglesia al servicio del mundo, no de una Iglesia al servicio de sí misma”, dijo de él en esta circunstancia don Raúl Vera López, actual obispo de Saltillo y colaborador de Ruiz García en un trecho muy significativo en la recta final de su gestión en San Cristóbal, no escatimándole el más alto título que puede alcanzar un mortal a juicio de este escribano: haber sido “un hombre libre”.
Otro hombre libre, el Papa Francisco, recupera el legado de don Samuel y reconoce la labor de quien don Felipe Arizmendi Esquivel, sucesor del fallecido, quien al tiempo de arribar a la edad para renunciar a su oficio, recibe también la satisfacción de ser anfitrión del Santo Padre en una sede que recibió como avispero hace tres lustros, eligiendo el mejor escenario para hablar ante los delegados de los indios de América, cuya suerte comparó el Papa a la padecida por los israelitas en Egipto, anunciándoles que ese estigma tiene como límite: “hasta que Dios dice basta, hasta que Dios dice: ¡No más!”, pero que para llegar a él es menester no renunciar al “anhelo de una tierra, de un tiempo donde la desvalorización sea superada por la fraternidad, la injusticia sea vencida por la solidaridad y la violencia sea callada por la paz”.
Aprovechó además la homilía de su misa dedicada a los delegados de los pueblos originarios de América para denunciar el “modo sistemático y estructural” con el que éstos “han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad”, pidiéndoles perdón por aquellos que “han considerado inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones”, hablando incluso por los evangelizadores de la Iglesia que de forma muy tardía comienzan a divulgar textos litúrgicos traducidos a las lenguas de estos pueblos. Vale más tarde que nunca.
Padre Tomás de Híjar Ornelas