El sentido común se pierde cuando los sentimientos, emociones, gustos, caprichos, preferencias, opciones variables de los individuos, se convierten en el criterio para organizar la vida social en sus múltiples dimensiones.
En cambio, el sentido común se rescata cuando miramos a la realidad en toda su riqueza, cuando percibimos en la naturaleza un mensaje descifrable, cuando pensamos con criterios sanos, cuando dejamos los caprichos para defender los auténticos bienes humanos.
No faltan hoy lugares del planeta donde el sentido común ha quedado gravemente herido. Tan herido que en algunos sistemas jurídicos un gato tiene más protección legal que el hijo humano antes de nacer.
Herido, igualmente, cuando se da el nombre de matrimonio a lazos de afecto que no tienen una verdadera semejanza con lo que es propio de la vida conyugal: la posibilidad de los esposos (hombre y mujer) de llegar a ser padres conjuntamente, desde su complementariedad biológica, psíquica y espiritual.
Afortunadamente, el sentido común sobrevive en tantas y tantas personas que ven lo blanco blanco, que reconocen el sentido auténtico del matrimonio, que saben que un hijo vale siempre, más allá de sus características físicas o del momento en el que sea concebido.
El sentido común necesita una profunda operación de rescate. No solo por el bien de tantos millones de hijos que son destruidos antes del nacimiento, sino también por el bien de todos los adultos que no podemos aceptar sociedades donde incluso las palabras son manipuladas continuamente para ocultar hechos dramáticos.
Por eso, evitar el uso de términos inapropiados y confusos, y llamar nuevamente al pan pan, al vino vino, al hijo hijo y al matrimonio matrimonio, son parte de un urgente camino de sanación del sentido común. Lo agradecerán no solo los millones de hijos que puedan ser rescatados del aborto, sino la humanidad entera por haber abierto los ojos a la justicia, la verdad, el bien y la belleza.