Les envío esta nota de prensa para comunicarles la publicación del último programa de la serie «Cambio de Agujas», que ofrece el testimonio de Anne Elison, natural de Montgomery, Alabama (EEUU):
Anne Elison, es una mujer norteamericana, casada muy joven con un hombre alcohólico y maltratador. Ambos trabajaban en el Kennedy Space Center, en Florida (EEUU). Materialmente no le faltaba nada, pero su hogar era un infierno. Un día decide terminar con todo ese sufrimiento matando a su esposo. No pudo realizar su objetivo sencillamente porque no encontró la pistola. Es en ese momento cuando el Señor le cambió el corazón, se dio cuenta de que él no era simplemente un borracho a despreciar, sino un enfermo. Comprendió también lo que ella tenía que haber dado como esposa y madre. Él no cambió, pero ella sí, y cuidó de él hasta su muerte, acaecida tres años después. El Señor la concedió la alegría de verle morir habiendo aceptado a Jesucristo en su vida.
Les recuerdo que «Cambio de Agujas» es una serie de la Fundación EUK Mamie-HM Televisión en la que recogemos impresionantes testimonios de vidas cambiadas tras el encuentro con Cristo. Pueden encontrar más testimonios de «Cambio de Agujas» a través de este link:
https://www.eukmamie.org/es/television/webtv/itemlist/category/2-cambio-de-agujas
Que el Señor les bendiga
Hna. Beatriz Liaño, S.H.M.
Directora de la Oficina de Prensa
Fundación E.U.K. Mamie
http://www.eukmamie.org
Cambio de Agujas: Anne Elison
Su conversión salvó una vida y un matrimonio
Anne Elison, nació en Montgomery, Alabama (EEUU) en el seno de una familia católica donde reinaba el amor y la armonía. Fue la octava de nueve hermanos. Su infancia fue tan feliz que ella pensaba que siempre era así, que “cuando te casas, lo haces con el hombre perfecto. Y cuando al final te casas, y lo haces con alguien que no es perfecto… yo creo que me llené de resentimiento. Me amargué y, en un cierto sentido, le eché la culpa a Dios”.
Anne tenía solo veinte años cuando se casó. Uno de sus hermanos se había dado cuenta de cómo era el hombre con el que Anne quería casarse y trató de impedirlo. Anne reconoce ahora que fue el orgullo lo que la impidió dejarse aconsejar. Pero reconoce también, que el Señor hace sus planes, contando incluso con nuestras equivocaciones.
No tardó mucho nuestra protagonista en darse cuenta del error: “Llevábamos apenas dos semanas casados cuando él me empezó a pegar. (…) Progresivamente fue a peor. Tuvimos a nuestros hijos. Él era alcohólico y eso trajo mucha violencia a nuestro hogar. Entonces sí, me alejé de la Iglesia durante alrededor de veinte años”.
Tras veinte años apartada de la práctica religiosa y viviendo en ese infierno, Anne vivió una primera conversión. “Bueno, pensé que me había convertido. Pero realmente no fue una conversión completa. Empecé a ir a la Iglesia, a grupos donde se rezaba el rosario, haciendo todo tipo de cosas religiosas… Pero, al tiempo, odiaba a mi marido con mucha vehemencia, cada año estaba más amargada, más amargada”.
Anne y su esposo trabajaban en el Kennedy Space Center, en Florida. Tenían buenos puestos los dos. Pero él cayó más y más en la espiral del alcohol, hasta terminar abandonando su trabajo. Además del infierno que suponía esta situación, Anne tuvo que proveer sola a todas las necesidades de su familia, incluidas las de su esposo: “En ese momento yo quería divorciarme más que nunca. Quería vivir en paz y que mis hijos viviesen en paz. Por eso, le quería a él fuera de mi vida, porque él no trabajaba, sólo bebía, y era horroroso, porque cuanto más bebía, más violento se volvía. Yo ya estaba al límite de mis fuerzas. Lo único que consiguió que me quedara con él fue mi madre, porque mi madre me decía: El matrimonio es sagrado, has hecho un voto a Dios para lo bueno y para lo malo”.
Anne continua reflexionando sobre su vida y confiesa: “Si hubiera sabido entonces todo lo que sé ahora, habría tenido un matrimonio precioso, porque uno de los problemas era que yo era muy egoísta. Yo quería lo que quería yo, no me preocupaba para nada ni mi marido ni sus problemas. Si yo hubiera puesto a mis hijos pequeños, niños pequeños a rezar el rosario por su padre, si hubiéramos estado en familia rezando por mi marido, él habría cambiado en muy poco tiempo, porque Dios no puede ignorar las oraciones de los pequeños inocentes. Pero yo estaba demasiado amargada, era demasiado egoísta, estaba enojada y sentía demasiado odio para ni siquiera pensar en hacer algo así. Si pudiéramos ser las personas que Dios quiso que fuéramos al crearnos. Si pudiéramos ser las mujeres que Dios realmente quiere que seamos: ser el corazón del hogar, la maestra, ser en casa la parte que ama y que perdona. Y enseñar a los niños a amar, perdonar y rezar, todo tu matrimonio cambiaría totalmente”.
Llegó un momento en que Anne no vio otra salida a su situación sino matar a su esposo: “Empecé a planear cómo asesinar a mi marido, porque ya no podía más. Esto pasó cuando yo ya iba a rezar el rosario y a misa diaria. Estaba recibiendo a nuestro Señor con estos pensamientos en la cabeza”.
Un mes después de la muerte de su madre Anne echó a su esposo de casa: “Le dije: Vete. Le di un coche, dinero y le dije: Por favor no vuelvas. Déjanos vivir en paz. Pero él seguía viniendo. No vivía con nosotros pero venía de vez en cuando, siempre borracho como una cuba”.
Era una mañana de sábado. Anne estaba sola en casa y escuchó el coche de su esposo, aparcando en el garaje, y su paso tambaleante en dirección a la puerta: “Cuando le vi fuera de casa me dije: Esta es la gota que colmó el vaso. Le voy a matar hoy mismo, porque no puedo aguantar esto por más tiempo. Subí a mi habitación donde teníamos una pistola calibre 22 en el armario. Busqué y busqué pero no estaba allí”.
Uno de sus hijos había cambiado la pistola de sitio. Bajó la escalera llena de rabia: “Entonces cogí el manillar de la puerta y la abrí violentamente, con todas mis fuerzas. Todo pasó en apenas tres segundos, no más, porque él ni siquiera tuvo tiempo para decir “hola” o algo, antes que todo esto me pasase. En cuanto abrí esa puerta, no vi a un borracho ahí de pie, vi un hombre con una enfermedad. Me di cuenta de que él tenía una enfermedad. Fue como si me viniera un rayo de luz y vi todo lo que había hecho yo y como estaba colaborando para mantenerle en ese estado. Yo vi todos los gritos, todo el rechazo, toda la falta de amor en mi matrimonio. Vi todo esto y a la vez, lo que una mujer tenía que ser verdaderamente: tenía que haber sido esposa y madre. Todo eso me vino en ese momento, en esos pocos segundos. Todo lo que pude decir fue: “¡Oh, Mickey!, lo siento, perdóname, perdóname”. Lo abracé”.
Anne explica: “Él no cambió en nada, fui yo la que cambió. Lo que yo entendí en ese momento fue que yo estaba llena de amor hacia ese hombre, estaba llena de un amor con el que nunca había amado en toda mi vida. No me importaba nada de lo que él hiciera. Le amaba con ese amor y me di cuenta después, porque él vivió solo tres años más y nunca dejó de beber, nunca dejó de pegarme… (…) Desde que abrí esa puerta, empecé a ponerle en el Corazón Inmaculado de la Virgen y dije: “Mamá, no puedo hacer nada por él”.
Anne comprendió que con sus solas fuerzas no podía sacar a su esposo del abismo de miseria y degradación en el que se encontraba, por eso lo confió al Corazón de la Virgen María: “Comencé a rezar el rosario por él todos los días, fui a Misa por él, y la vi a Ella salvar su alma”.
En sus últimos momentos de vida, la Misericordia de Dios vino en auxilio de este pobre hombre: “Él estaba en coma, no le habíamos oído decir nada en mucho tiempo. Pero cuando el sacerdote dijo: Mickey, ¿aceptas a Jesús? Mickey respondió: “Ahhh”. Entonces yo supe que le estaba aceptando y tuve la certeza de que Nuestra Madre estaba trabajando en él”.
Anne tuvo la certeza interior de que su esposo se había salvado, y de que su misión en esta tierra había sido colaborar – con su sacrificio- a su salvación: “Sabía que la Virgen había salvado su alma. A lo mejor estaba en lo más profundo del purgatorio, pero sabía que no estaba en el infierno y sabía que Ella había salvado su alma. (…) Y de lo que me di cuenta es que si yo no me hubiera casado con él, a lo mejor su alma no se habría salvado. El Señor estaba contento y yo también estoy contenta, no me importa el sacrificio que me ha costado”.
Anne insiste en la importancia de la oración: “Si ves que estás en una situación así, como esta que viví yo, reza, entrégate a Dios, a la Virgen, dale esa persona a la Virgen. Si un marido tiene una mujer que es alcohólica, que le dé su mujer al Inmaculado Corazón de María, y verá cómo la Virgen trabaja. Hace cosas maravillosas. Y es el camino para que tú tengas más paz”.