Desde unas décadas y hasta ahora los folletos y documentos publicitarios de las escuelas, universidades, asociaciones y organizaciones católicas tienden a definir sus objetivos y su “ideario” cuidando de que no aparezca entre líneas ni por un lado ni por otro la palabra “Cristo”. En su lugar escuchamos y leemos “humanismo cristiano”, “valores humanos” y otro tipo de expresiones que seguramente se ajusten más a las ligerezas propias de la contemporaneidad. El problema, sencillamente, es que no es lo mismo.
Hace unos días el Papa Francisco dirigió unas palabras a los participantes en la Asamblea General de la Pontificia Academia para la Vida que se reunían en Roma con motivo de unas jornadas de estudio bajo el lema “Las Virtudes en la Ética de la Vida”. En ellas ha sido claro y rotundo, apostando por distinguir lo que significa la vida cristiana frente a los moralismos que nos intenta imponer el mundo a partir de versiones éticas kantianas, no cristianas.
¡Cuántas veces los preceptos éticos que nos muestran los académicos tienen ese sabor rancio de los inventarios realizados sin amor! Una colección de normas con todos los parabienes racionales, de estructura impoluta y seriedad inmisericorde, pero que olvidan un dato fundamental: Dios nos ha creado para la felicidad y sus mandatos son los consejos de un Padre bueno que nos indica el camino de nuestra plenitud.
Sin Cristo la moral no es más que ideología. En palabras de Francisco: “un corazón que se aparta de Dios cuida solo sus intereses, es capaz de derramar sangre inocente y de cometer violencias”. Cuando doy la espalda a Dios desarrollo una curiosa capacidad para interpretar la ética según mis conveniencias, pasiones y caprichos, mientras sigo pensando que soy el hombre más sensato de la tierra y que estoy lleno de sentido común.
Sin un afecto real por la persona, sin conmoverme por su fragilidad, su sufrimiento y su pecado, no es posible hacer el bien, ni siquiera en aplicación de los más sesudos protocolos éticos. Lo señalaba Dostoievski y sus palabras son hoy decisivas: “si el alma no es inmortal todo está permitido”. Porque todo mi esfuerzo por mejorar, que sin duda será recompensado ya en esta vida, apenas logrará una pizca de progreso si no es acogido, abrazado y estimulado por la Gracia. Sin Cristo nada podemos.