Desde hace unas pocas décadas y como nunca antes en la historia de la humanidad podemos saber de primera mano y casi al instante lo que el Papa opina sobre las cuestiones más diversas. En sus continuas intervenciones y entrevistas, videos y cuentas de Facebook, Twitter, etc., se le pide que dé su parecer sobre temas políticos, económicos, sociales…, muchos de ellos difíciles, delicados y cambiantes.
Este hecho tiene una singular repercusión entre los católicos: estamos pendientes de lo que dice y si no lo sabemos al instante buscamos en internet lo que ha dicho de esto o de lo otro, como si el Papa -Francisco, Benedicto, el que sea- fuese un dispensador de recetas que sustituye nuestra responsabilidad a la hora de formarnos un criterio sobre la vida.
Pensemos que no siempre fue así, que durante mucho tiempo los católicos pasaban su vida entera sin haber escuchado o leído las palabras concretas del Papa. ¿Significa esto que estaban solos? El cristiano nunca está solo: Cristo está en medio de nosotros y nos ayuda -dentro de la comunidad parroquial, del movimiento o con nuestro confesor o director espiritual- a comprender la realidad y a mirarla como Él lo hace.
Les diré que este es el mensaje central y más importante de la Exhortación Apostólica Postsinodal “Amoris Laetitia”, como el propio Francisco repite en muchas ocasiones: la Iglesia local, que conoce a sus miembros, las dificultades que atraviesan y las repercusiones que tienen dentro de su ámbito, es la que debe discernir con el obispo a la cabeza y los sacerdotes como fieles ayudantes cómo acompañar a las familias. No hablo solo de los divorciados. La familia tiene muchos otros problemas: falta de tiempo, dificultades económicas, la epidemia de la droga, la inseguridad, la fragilidad emocional de sus miembros, etc.
No hay receta ni aplicación doctrinal automática para amar al hermano tal y como él lo necesita. ¿Ha de venir el Papa a dar una norma general que permita utilizar procedimientos y reglas que nos eviten comprometernos con la realidad? Francisco se niega. Se niega porque ese régimen basado en la aplicación inmisericorde de reglamentos morales abstractos no es cristiano.
Es importante tener los criterios claros, pero más todavía lo es acompañar en el dolor, en el pecado y en el sufrimiento buscando el bien de las personas imperfectas y falibles. Es más importante, porque es Amor.