Muchos y variados han sido y seguirán siendo los comentarios a la Exhortación Apostólica Amoris laetitia del Papa Francisco, que recoge los resultados de los dos Sínodos sobre el matrimonio y la familia por él convocados. Los ordena y añade su interpretación y su autoridad magisterial, que ahora son norma para toda la Iglesia.
En la presentación del documento los dos cardenales expositores, L. Baldisseri y Ch. Schönborn, usaron expresiones como las siguientes: Nadie puede ser condenado para siempre, porque esta no es la lógica del Evangelio. El discernimiento se produce a través de un diálogo con el sacerdote en el foro interno, es decir, en el ámbito de la conciencia. En este documento sí hay auténticas novedades, pero no una ruptura con la enseñanza de la Iglesia. Es un itinerario de acompañamiento y de discernimiento que orienta a estos fieles (en situaciones difíciles) a la toma de conciencia de su situación delante de Dios. No hay recetas únicas, pero tampoco los casos particulares pueden ser llevados a regla general. Nosotros estamos llamados a formar las conciencias, no a sustituirlas. Esta fue la tónica de la presentación.
Como podemos ver, existe una atención respetuosa a la decisión personal, siguiendo la propia conciencia. Nunca se violenta la norma, pero se respeta la conciencia. La conciencia es una realidad compleja, el yo profundo donde el hombre se conoce y decide de sí mismo. Se juega su destino. En algún caso, para lograr una conciencia recta, se necesitará el acompañamiento del sacerdote y lograr así un discernimiento correcto. En una palabra, se busca un equilibrio entre el respeto a la norma, que no se discute, y la dignidad de la persona. Es un llamado a la responsabilidad. El Catecismo nos orienta:
La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo íntimo de ella, enseña el Concilio (GS 16). Presente en el corazón de la persona, la conciencia moral ordena al hombre, en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Es necesario que cada uno preste mucha atención a sí mismo para oír y seguir la voz de la conciencia; para esto, necesita hacer silencio, escuchar la Palabra de Dios, hacer oración y atender a la voz de sus pastores. La vida moderna no lo favorece, sino que aturde y ensordece la conciencia, volviéndonos inconscientes.
La dignidad de la persona humana exige la rectitud de la conciencia moral. Si el hombre comete el mal, el justo juicio de su conciencia se convierte en testigo que le reprocha el mal cometido y lo condena; pero que, al mismo tiempo, lo invita a acogerse a la misericordia divina. El hombre tiene derecho de actuar en conciencia y en libertad a fin de tomar personalmente las decisiones morales. “No debe ser obligado a actuar contra su conciencia. Ni se le debe impedir que actúe conforme a su conciencia, sobre todo en materia religiosa”, dice el Concilio (DH 3). Antes de actuar, el hombre debe formarse bien su conciencia. Si lo hace mal, tiene obligación repensar su decisión y, si descubre su error, de corregirlo. En caso de que la ignorancia sea invencible, el mal cometido por la persona no puede serle imputado. No comete pecado. Pero no deja de ser objetivamente un desorden. Norma fundamental es ésta: “Nunca está permitido hacer el mal para obtener el bien”. Ni hay mentiras piadosas ni en política todo se vale. Consulte su Catecismo (Nos. 1776-1802) y comprenderá mejor y agradecerá la enseñanza del Papa Francisco.