El Papa Francisco ha denunciado varias veces la cultura del descarte. ¿Se aplica esta denuncia a temas como el aborto, la fecundación artificial, el diagnóstico prenatal?
Para responder, necesitamos recordar qué se entiende por cultura del descarte. En la exhortación “Evangelii gaudium” (n. 53) el Papa Francisco indicó que este tipo de cultura ve al ser humano como un bien de consumo, como algo que puede ser usado y que, cuando no sirve, se tira.
En muchos lugares del planeta la cultura del descarte se aplica a los embriones, sobre todo en dos ámbitos muy concretos: la reproducción artificial y el aborto.
La reproducción artificial en sus diferentes formas (especialmente en la fecundación en vitro) busca obtener un hijo, y un hijo que responda a las expectativas de sus padres.
Para conseguir ese hijo, con frecuencia las clínicas de reproducción asistida producen varios embriones. Unos son congelados como material disponible para eventuales usos en el futuro. Otros son analizados, si así se decide, con un diagnóstico preimplantacional para controlar su “calidad” y sus características.
Luego, si los padres (o solo la mujer) están de acuerdo, se determina cuáles y cuántos de esos embriones son trasladados al seno materno para lograr el embarazo tan deseado, y qué se hace con los “sobrantes”.
Cuando se trasladan varios embriones, es posible que se produzca un embarazo plurigemelar. ¿Cómo se afronta la situación? No pocas veces se decide la “reducción embrionaria”, que es simplemente un aborto: se eliminan los embriones “en exceso” para dejar solo a uno, o quizá a dos, según los deseos de la madre.
El fenómeno de la “reducción embrionaria” manifiesta una de las facetas típicas de la cultura del descarte: solo viven los embriones deseados, los demás sobran y son eliminados.
Esa misma faceta es la que explica la amplia difusión del aborto en tantos contextos y países.
Sí: el aborto existe cuando un hijo es visto como “algo”, como un “producto” no deseado. No es deseado por llegar en un momento “inoportuno”, por la situación personal de la mujer, por los planes del marido o del padre, o por otros motivos.
Entre esos motivos también se da el eugenésico, desde el uso, muy extendido, del diagnóstico prenatal, que permite controlar si existan en el embrión defectos o características no deseadas. Cuando tales defectos son descubiertos, muchos optan por destruir a esos embriones o también a fetos más desarrollados.
Una vez que el embrión ha quedado clasificado como cosa que vale según los deseos de otros, la cultura del descarte aceptará sin mayores problemas que sea destruido. Lo cual es una mentalidad injusta, porque rechaza el valor intrínseco de algunos seres humanos (los hijos antes de nacer), a los que se ve como productos que no “sirven” si no corresponden con los deseos de quienes deberían protegerlos y amarlos.
La cultura del descarte, en el fondo, se construye sobre una mentalidad que destruye al otro cuando no es deseado o causa problemas. Sobre este tema, fueron especialmente duras las palabras del Papa Francisco contra el aborto en la rueda de prensa concedida en el regreso de su viaje a México (17 de febrero de 2016):
“El aborto no es un «mal menor». Es un crimen. Es echar fuera a uno para salvar a otro. Es lo que hace la mafia. Es un crimen, es un mal absoluto. (…) Se asesina a una persona para salvar a otra -en el mejor de los casos- o para vivir cómodamente”.
Frente a la cultura del descarte existe la cultura del amor, la acogida, el respeto, la protección, la solidaridad. Esa cultura del amor y de la vida es la que ha permitido el nacimiento y la educación que hemos recibido millones de seres humanos. Esa cultura es la que también hoy sostiene y fortalece a tantas mujeres y a tantos hombres que dicen sí a la llegada de cada uno de sus hijos.