El sufrimiento en el mundo es el argumento más fuerte para muchos, contra Dios; paraliza y descorazona a otros. Se añade la aparente incompatibilidad del mundo científico con la visión cristiana y católica del mundo, que no solo es en la perspectiva de la sola fe, sino incluye la visión de la realidad como la trató el Papa Francisco en su encíclica “Laudato Si”. Para cada vez mayor numero de personas, Dios no existe o no tiene relevancia para la vida. Piensan que se puede vivir sin él. Pero aún así, porque se protesta contra él¿? Siempre va a taladrar la pregunta por qué el sufrimiento o por qué sufro¿?
Las aflicciones corporales, las penas morales, la carencia del sentido de la vida, son onerosas. “Cuando se secan los oasis utópicos, se extiende un desierto de banalidad y desconcierto” (Habermas, Diagnóstico del Tiempo). Para Camus, el suicidio era el único problema filosófico que merecía ser tomado en serio(Mito de Sísifo). Al negar a Dios, el ser humano se niega a sí mismo. El hombre se convierte en un absurdo. Se renuncia a toda esperanza. Con la muerte de Dios, como lo esperaba Nietzsche, no lleva a la liberación, sino a la muerte de Dios en el alma. Para Heidegger, el “ser-estar ahí”-Dasein, Dios está ausente. El análisis de Martín Buber, simplemente califica esté fenómeno como eclipse de Dios. No existe mayor aflicción, en los corazones sinceros que este aparente abandono de Dios. Es la emotividad la que prima, más que el análisis racional serio, aunque no exento de emoción y sensibilidad. Este es el panorama que nos lleva a leer los signos de los tiempos. Adorno habla de la “incomprensibilidad de la desesperación”(Dialéctica Negativa).
Por eso vale la pena acercarse con humildad y honda sinceridad a esa la luz de la redención sobre el mundo que a veces nos parece tenue o imperceptible. Este breve diagnóstico, apunta a ver con respeto, ciertas construcciones ficticias, solipsismos de angustia y emocionalidades vacías. Para Kant, la dignidad absoluta del ser humano, solo es posible si Dios existe y si es de misericordia y gracia. Dios es rico en misericordia (Ef 2,4). Es necesario romper el círculo vicioso del mal, con la esperanza de un nuevo comienzo, confiando en Dios clemente y misericordioso, omnipotente, para entrar en una nueva situación, para esperar contra toda esperanza. Dios Viviente llama a los muertos a la vida para enjugar de los ojos toda lágrima en una renovación total (cf Ap 21,4), para sanar los corazones afligidos por la injusticia o el peso específico del mal y de la oscuridad.
San Agustín experimentó la misericordia y la cercanía de Dios, cuanto más lejos se sentía de él: “Yo me hacía cada vez más miserable y tú te me hacías más cercano”(Confesiones 6,26). Si nos sentimos dañados y heridos del alma, por mil peripecias; si pasamos por las cañadas oscuras de la vida, si tocamos el abismo de la nada y de la miseria, el Dasein de Dios, Dios sí está en nuestro horizonte: no en el proselitismo chocante y aprovechado, sino en el silencio orante de la Palabra-Jesús en encuentro con la propia vida, en ofrecer misericordia al pobre existencial o al menesteroso de economía y sustento, en el rostro limpio y bullanguero de los niños, en la madre embarazada que espera con gozo el día del alumbramiento de su hijo, en el sacerdote o religiosa felices de su vocación, en el entrecruzamiento de miradas de los enamorados… “Dios existe, -clamó el comunista Adré Frossard-, yo me lo encontré”.