Acercarse al relato de san Marcos es una experiencia que se traduce en una apreciación de la vida que rompe reglas del pasado, se enfrenta a las del presente y establece las de tiempos por venir. No es Marcos, el autor; es Jesús, el protagonista, quien nos atrae hacia esta historia de la que, cuando nos percatamos, resultamos ser los coprotagonistas.
¿Qué hace Jesús en el Evangelio…? ¿Qué escribe Marcos en su relato…? ¿Qué sucede con esta historia que, acaecida y escrita hace dos mil años, continúa siendo una historia viva que no muere y que parece volver a vivir cada día, cada noche, cada año de nuestra historia?
Es una historia de Dios, una historia del hombre, una historia tuya y mía, la historia de Dios con nosotros. Es la historia que narra cómo fue que el Creador y compositor del universo, el artífice de los instrumentos que hacen música de cada creatura, música en cada paisaje, cada mañana, cada noche, sin caer en disonancia, un día tomó la batuta entre sus dedos y miró de frente a esta orquesta que ya esperaba su presencia, desde siglos, para sonar como nunca habría sonado por sí misma.
Aquella sinfonía, que se registró como notas sobre pentagrama, es aquel escrito de un testigo, asistente y secretario, que luego de meses que después se convirtieron en años, supo que lo que escuchaba no podía quedarse en él, no debía ser solamente para él. Su corazón le comenzó a demandar, a gritarle que debía heredar estos recuerdos a las generaciones por venir.
Juan Marcos, discípulo del pescador de Galilea a quien Jesús le cambió el nombre de Simón a Pedro, es este testigo de los relatos que Pedro narraba a los escuchas de su predicación celosa como buen enamorado. Al oírle, Marcos quedó atraído, seducido por aquel Jesús de quien Pedro hablaba con fuerte vehemencia.
Marcos ya estaba atrapado por quien es el amor mismo, por el Jesús de quien Pedro no podía parar de hablar. Marcos tomó papiros y se lanzó a escribir lo que de Pedro escuchaba. Primero escribió los relatos sueltos, luego los ordenó, les dio estructura… No comenzó por el principio, sino a partir del final, porque Jesús resucitó, noticia que fue la mejor noticia; pero si resucitó es porque murió. ¿Y cómo murió…? Marcos refiere que murió crucificado. ¿Y por qué murió así…? Marcos narra que fue víctima de insidias y calumnias de las autoridades de su tiempo. Luego ha de responder otra pregunta: ¿Para qué murió…? Pero si sobre Jesús se edificaron calumnias es porque en su vida hubo a quienes él conoció y amó; así que… ¿Para quiénes murió…? Y su respuesta ha venido a ser todo este relato.
Marcos parte de una alegría grande que es la Resurrección de Jesús; pero es una alegría precedida por la tristeza que nos visita en su Pasión y en su Muerte violenta, violencia a la que Jesús no respondió con violencia tras resucitar, pues no resucitó para castigar la afrenta de sus agresores, su horrible crimen, sino que resucitó para revelar una fuerza desconocida hasta entonces, una fuerza que permite vencer al mal con el bien, una extraña y novedosa fuerza que consiste en hacerse débil. En efecto, desde que Jesús resucitó, el hombre más poderoso es el más humilde, el más rico es el más pobre y el que llega a la vida plena es el que supo morir a la vida del mundo. Una fuerza que a la muerte la transforma en vida, al dolor en alegría, al sufrimiento en ofrenda de vida, a la ofensa en perdón y a la violencia en amorosa respuesta.
Perdonar al agresor, amar al prójimo, perdonar las ofensas, purificar el pecado. Esta es la fuerza de Jesús, fuerza con la que despoja al sufrimiento de su sin sentido, y derrota, resucitando, a la muerte ociosa.
Lo que Marcos refiere es el testimonio de la vida de Jesús entregada a Dios y a los demás, la enseñanza de cómo amar a Dios por encima de toda realidad, la lección de que el amor a Dios se refleja en amar al prójimo y que este amor se alcanza cultivando la misericordia dando de comer al hambriento, de beber al sediento, albergando al peregrino, vistiendo al desnudo, acompañando al enfermo, visitando a los cautivos, enterrando a los difuntos, enseñando al que no sabe, dando consejo al que lo necesita, corrigiendo al que se equivoca, perdonando al que ofende, consolando al triste, sufriendo con paciencia los defectos de los demás y rezando por vivos y difuntos.
Esto es el Evangelio.