En inglés se habla del argumento del hombre de paja (o del espantapájaros). Se trata de llevar hasta el ridículo lo que piensan otros con el fin de destruir sus propuestas y así defender las propias.
¿Alguien se opone al aborto? Se le ridiculiza como enemigo de la mujer, como fundamentalista, como intolerante, como promotor de la violencia de género, como deseoso de llevar a miles de mujeres a la cárcel.
¿Alguien defiende el cristianismo como la religión verdadera? Se le acusa de promover la violencia, de ser defensor de las injusticias de la Inquisición, de rechazar la racionalidad, de incurrir en el fariseísmo inmovilista.
¿Alguien defiende a los obreros? Se le etiqueta como comunista, como amigo del caos anarquista, como encubridor de los terroristas de izquierda, como heredero de criminales como Stalin y Mao.
Los ejemplos pueden ser muchos, también en ámbitos sencillos y familiares. Por ejemplo, el esposo afirma: “¿quieres que veamos una película en casa esta tarde?” La esposa responde: “¿estás buscando un modo para decirme que no te gusta que salgamos de compras?”
Es posible que en algunas ridiculizaciones queden destacados elementos peligrosos o equivocados en una propuesta, pero normalmente lo que se pretende es poner entre la espada y la pared al “adversario” para que la discusión no pueda proceder con seriedad y respeto.
Desde luego, no hay que ridiculizar a los ridiculizadores… Lo que sí hay que promover es un ámbito de escucha y de atención, en el que a través de preguntas bien pensadas se permita al interlocutor explicar serenamente sus propuestas.
Entonces será posible un diálogo más serio y, sobre todo, algo que para muchos puede ser visto como un imposible: que dos personas que antes no estaban de acuerdo empiecen a avanzar hacia conclusiones que les acerquen entre sí al acercarles a la verdad…