Allá por el año de 1930 Graham Greene, escritor inglés recién convertido al catolicismo, hizo un viaje a México para cerciorarse de la situación religiosa después de la persecución contra la Iglesia católica decretada por el presidente Calles. Inició su travesía por tren en Nuevo Laredo, visitando Monterey, San Luis Potosí, Ciudad de México, Orizaba y el puerto de Veracruz; prosiguió en barcaza hasta Tabasco y luego, en mula, cruzando las montañas, llegó a su destino san Cristóbal las Casas. Tituló los apuntes de su viaje Caminos sin Ley, uno de los libros más amargos sobre México, editado tardíamente entre nosotros por acusaciones de difamación. Después lo editó Conaculta y también Porrúa, (“Sepan Cuantos…” 693) junto con su novela El Poder y la Gloria.
En su viaje por México encontró los principales personajes de su novela más famosa y mejor lograda, cuyo contenido estremecedor es la cacería de sacerdotes emprendida por el gobernador de Tabasco Tomás Garrido Canaval. El escenario que describe Graham Greene en su libro de viaje es desolador: pobreza material, brutalidad policiaca, depravación moral y abandono espiritual. En este clima rarificado del país, florecía la bella planta de la fe católica: el martirio.
Describe a México como un país sin Dios, una tierra de violencia (originadora de la actual), una desolación. Ciudades y pueblos entristecidos. No se perseguía el crimen sino el nombre de católico. Los fieles caminaban leguas para conseguir un sacerdote que bautizara a sus hijos, o para impartir una absolución o una bendición a sus muertos. En las campañas de “desfanatización” obligaban a los fieles a llevar a la plaza sus objetos e imágenes religiosas y las incendiaban ante sus ojos llorosos. De los templos sólo quedaron los muros imbatibles y algún sacerdote ejerciendo su ministerio en la clandestinidad. El precio era la vida y la de quienes le brindaban acogida y espacio para celebrar los sacramentos. “Morimos como perros, porque no hay sacerdotes”, le confesaron al autor en Tabasco.
Entre los eclesiásticos que logra entrevistar admira a ese culto sacerdote que enseñaba los mandamientos y las virtudes cristianas a un grupito de niñas desprotegidas. Eso lo hacía merecedor de la muerte. O ese otro que lo escuchó en confesión, y pudo restituirle la paz a su corazón, arriesgando la vida también. O esa visita clandestina al Obispo de Chiapas, a quien “el gobierno consideraba como el hombre más astuto y peligroso”, y que resultó ser un ancianito que se movía con dificultad en su pobrísimo escondite. Menciona a otros sacerdotes notables como al recién fusilado padre Miguel Agustín Pro; al Obispo, misionero incansable y pobre, ahora san Rafael Guízar Valencia; y al Arzobispo Ruiz y Flores, signatario de los controvertidos y no cumplidos “arreglos” con el gobierno. Completan la galería de mártires dos jovencitas acribilladas a balazos, una en Coyoacán y otra en Orizaba, después de recibir la Comunión.
El Poder y la Gloria fue la novela que dio a conocer la persecución religiosa de México a la gente culta de Europa. Su protagonista es el sacerdote solitario, perdido entre las selvas y pantanos de Tabasco, huyendo de los cazadores “matacuras” de Garrido Canaval. Apagaba el hambre y acompañaba su soledad y abandono mezclándolos con el alcohol. Pero nunca perdió la fe ni la confianza en Dios. El jefe militar le concedió el honor de fusilarlo, no en la barda del cementerio sino en la plaza del pueblo, y Dios el don y la gracia del martirio, con destino a la Jerusalén celestial. La misericordia triunfa sobre el juicio. Y sobre los tiranos.
+ Mario De Gasperín Gasperín