Hace días tuve un regalo excepcional: conocí por televisión a Lizzie Velásquez.
Ella es una joven que nació hace 27 años en Austin, Texas, Estados Unidos y padece una muy rara enfermedad, que le impide acumular grasa; mide metro y medio y pesa 27 kilos. Cuando ella tenía 17 años, estaba usando internet y le llamó la atención una página titulada “la mujer más fea del mundo”. Le dio curiosidad y la abrió, quedando sorprendida de ver su imagen. Quedó petrificada, pero más todavía al leer los muchos comentarios que ahí aparecían: “¿Por qué la tendrían sus padres?”, decía uno; “que la quemen”, decía otro; uno más sugería que debía suicidarse.
Aunque contaba con el cariño de sus padres y de un grupo de amigos en la escuela, a nadie comentó en un principio la desolación por esa página, que la había hundido.
Sin embargo ha salido adelante. El proceso ha sido lento, doloroso, pero consistente. Ella es muy tierna y decidida; muy sensible y con enorme fuerza de voluntad; ha superado el dejarse llevar por el “qué dirán” según criterios de belleza física y glamour. Para la paz y la autoestima no depende de lo que le digan y hagan desde fuera, lo que pueda recibir de los demás, sino lo que brote desde su interior.
Lizzie Velásquez es un canto a la vida, un regalo de Dios para la humanidad, desde la adversidad aceptada y enfrentada. Ella ha encontrado su vocación y está siendo constructiva en su misión. Es admirable la fascinación que provoca su comunicación ante auditorios de miles de personas, con un lenguaje elocuente, directo y motivador.
Invito a usted a conocer más a Lizzie y a tantas personas que no quedan hundidas por la desgracia, sino que la asumen, aceptando lo que no se puede cambiar, pero superando la sensación de fatalidad y convirtiéndose en testimonio eficaz para otros.
Con este tipo de testigos, nuestros criterios se modifican; le vemos nuevo sentido a la vida y nos estimula para ayudar a otros en ello.