Los maestros, los alumnos y también la familia de los alumnos celebran la clausura del año escolar. Se ha extendido el criterio de las “graduaciones”; aunque habría que entender éstas sólo cuando se concluye una etapa significativa y se obtiene un diploma o título.
Como quiera que sea, es bueno cultivar la satisfacción del esfuerzo realizado; saber dar gracias a quienes han ayudado –por ejemplo la familia, los maestros, la institución educativa- a llegar a donde se ha llegado; sobre todo dar gracias a Dios, Padre Misericordioso. Por eso los sacerdotes celebran tantas Misas en ese sentido.
Es bueno reconocer con humildad el tiempo y las capacidades desperdiciadas, lo mismo la burla y agresividad que haya habido contra otros condiscípulos.
Felicidades, en cambio, si se creció en actitud y trabajo en equipo, en paciencia y solidaridad hacia otros menos dotados.
Hay que mirar hacia delante, hacia el mañana, con realismo optimista, con esperanza fundada no en la brillantez de la propia inteligencia sino sobre todo en la disciplina y tenacidad para afrontar los siguientes retos; para quien vive de la fe, siempre contando humilde y confiadamente con la gracia de Dios que sostiene, conduce y da plenitud a nuestra vida. Lo máximo no será medido con criterios de dinero, de prestigio, de imagen exitosa, sino buscando “el Reino de Dios y su justicia, lo demás vendrá por añadidura”.