En verano, las iglesias de los pueblos se llenan. Por el recato, como muestra de respeto, se nota que la mayoría sabe en dónde pisa cuando entra en el templo. Pero, a juzgar por el atuendo, parece que algunas mujeres confunden la casa de Dios con una sala de fiestas, o que sea signo de desvergüenza o de ignorancia supina.
Quizá, nadie les ha dicho que, en los lugares de culto católico, hay un Sagrario, en donde está Cristo mismo, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad y que, con Él, también mora la Santísima Trinidad.
No vale todo: ni siquiera en las bodas se debe olvidar el pudor en el porte. Acceder a la casa de Dios con ropa impropia, es una falta de consideración a Cristo en la Eucaristía, y a los fieles.
Lo más importante, allí, no son las imágenes sagradas, tal vez artísticas o muy queridas, sino el Dueño. A mi madre su maestra le enseñó a decir: «Entro, Señor, en tu Casa, en tu santo tempo; te adoraré, reverenciaré y confesaré tu santísimo nombre».
También nuestro cuerpo es «templo del Espíritu Santo» (I Cor. 6, 19). Por eso, en todas partes, se debe observar la modestia en el vestir, que no está reñida con la belleza y la elegancia (no es coherente que una mujer cristiana no sea pudorosa).
En el Vaticano hay un cartel con normas de vestimenta: “… a la Basílica de San Pedro sólo será permitido entrar a los visitantes vestidos con decoro (está prohibido llevar prendas sin mangas…, pantalones cortos, minifaldas, gorras)». ¿No deberían tenerlo todas las iglesias?