El título de este escrito corresponde al documento de la Conferencia del Episcopado Mexicano publicado en septiembre de 2012 como “Reflexiones y orientaciones sobre la educación en México”. No es la primera vez que los Obispos de México han tocado temas educativos. Además de declaraciones circunstanciales, el documento anterior más significativo se llamó “Proyecto Educativo de la Iglesia en México”, publicado en mayo de 1992. No ha dejado, pues, la Iglesia de ofrecer su palabra y su experiencia en este ramo tan importante de la vida nacional y no sólo eclesial. La experiencia educativa de la Iglesia es más antigua y probada que la de cualquier otro estado moderno. Universidades, institutos, centros educativos y doctrina están disponibles. Ofrecer a la patria ciudadanos honestos, responsables y justos merece consideración.
La situación actual suele llamarse emergencia educativa. A esta preocupación responde el contenido del documento episcopal. Porque la emergencia que reclama la educación, en cualquiera de sus ámbitos, se genera por el acertadamente llamado cambio de época, fenómeno complejo pero omnipresente que ha trastocado criterios de juicio, comportamientos éticos y sistemas operativos. No sólo es un nuevo estilo de vida sino una vida distinta, porque “modifica valores y comportamientos en todo el planeta, impactando en las tradiciones y en la identidad de los pueblos” (Aparecida, 34).
Este fenómeno social y espiritual lleva aparejado otro que llamamos globalización, con sus matices propios de relativismo y subjetivismo, donde todo parece bueno con tal que sea nuevo, placentero o políticamente correcto. La modernización de las tecnologías, sobre todo en la comunicación, han acelerado el cambio, fragmentado la sociedad, banalizado los valores y trastocado la existencia. “El propio cambio de época lleva consigo una fuerza transformadora que impacta las más profundas dimensiones de la vida cotidiana de las personas y de las comunidades”. Afecta a todos, a todo y en todas partes.
Este torbellino marea y desconcierta a tal grado que se pierde el sentido de las cosas y la orientación de la vida. Se crean valores y derechos a satisfacción de grupos particulares y minoritarios con detrimento de los universales y comunes. La realidad aparece no sólo fragmentada en sectores sino trastornada en valores. Así, lo elemental de una cultura, como sería la distinción objetiva entre el bien y el mal, se esfuma hasta confundirse con el gusto y la conveniencia personal. Aparecen entonces los cuerpos legislativos que producen leyes que complican la existencia, que nadie cumple y desprestigian a la autoridad. Es el caos.
El micro panorama social y espiritual que esbozamos aquí baste para valorar la gravedad del momento presente y que llamamos emergencia educativa. No es alarmismo sino cruda realidad. En medio de este torbellino está el hombre, la persona humana; aquí, el mexicano de ahora y el que queremos para mañana. La pregunta de fondo es: ¿Qué persona queremos formar? ¿Qué clase de hombre y nación queremos ser? Si queremos un robot, un zombi, una pieza para la maquinaria de la industria, un elector domesticado o un ciudadano libre, crítico, creativo, responsable y solidario, en una palabra, un hombre cabal. Juan Pablo II propuso en la Unesco: La educación consiste en que el hombre llegue a ser más hombre, que pueda ser más y no sólo pueda tener más, y que, en consecuencia, a través de todo lo que tiene, todo lo que posee, sepa ser más plenamente hombre” (1980). Sabía bien que la medida y plenitud de todo hombre se contiene y manifiesta en el misterio del Hijo de Dios hecho hombre, en Jesucristo. Él se definió: Camino, Verdad y Vida.
Mario De Gasperín Gasperín