Nos adentramos en una nueva época. Los avances tecnológicos y su efecto sobre la política, la economía, sobre la cultura y el arte, sobre nuestra forma de pensar y de actuar configurarán nuevas maneras de vivir, una existencia que será sustancialmente distinta a la que existía durante los años 80 y 90 del siglo pasado y a la que tenemos en la actualidad.
Observo cómo muchos católicos caen en la tentación de rechazar de inmediato todo cambio o transformación –como si viviésemos en un mundo maravilloso- mientras que también los hay que se abalanzan sin criterio aprobando todo lo nuevo, poseídos por ese espíritu de la modernidad que es, precisamente, lo que se está muriendo.
No hay razón para tener miedo. El moralismo severo y anticristiano que ha poseído el mundo moderno se acaba y deja paso a una nueva era, tan esperanzadora como dramática, pero en la que tampoco estaremos solos.
¿Recuerdan lo que les dijo el Papa Francisco a los jóvenes al terminar la pasada Jornada Mundial de la Juventud? Les dijo que ellos eran la esperanza del futuro, pero con dos condiciones: tener memoria de quiénes eran, de su familia, de su historia, de su tradición y, en segundo lugar, tener coraje en el presente.
Francisco nació en Buenos Aires hace 80 años y sin embargo no vemos en él la debilidad de espíritu que hace a muchos mayores ser ancianos, es decir, haber perdido las fuerzas para mirar hacia el futuro –no sólo el suyo, también el de sus hijos y el de sus nietos- y no volverse febrilmente conservadores y egoístas. La Iglesia también es vieja, pero se llena constantemente de sangre nueva a la que Cristo da vigor y esperanza.
Los estertores de este mundo moderno que se nos termina traen sufrimiento en tantos lugares de la tierra, pero hemos de confiar en que los tiempos nuevos vengan renovados. Renovados por una misericordia que desdibuje el poder del juicio, que nos encadena. Que se renueve la importancia de la persona, aplastada por las ideologías y sus pesadas normas. Que se renueve el amor por los otros, también por los diferentes, y aleje así el espíritu uniformizador que nos arrastra al conflicto permanente.
Los cristianos avanzamos hacia el futuro con esperanza sabiendo no que Cristo vencerá, sino que ya ha vencido, y su victoria llega hasta nosotros aquí y ahora.
Publicado en El Observador de la actualidad 1109