“Años del hambre han sido para el pobre sus años”, clamaba Miguel Hernández desde su experiencia de hambre acumulada en los huesos y en la sangre y, sobre todo, en su cabeza de niño pastor hambriento. “El hambre es el primero de los conocimientos” de tantos hijos de la miseria que nos miran desde fuera de los escaparates de la vida, desde la periferia de las periferias, la que ha construido a su alrededor la falta de lo imprescindible.
El domingo 16 de octubre la FAO “celebraba” la Jornada Mundial de la Alimentación bajo un lema afinado y actual: “El clima está cambiando. La alimentación y la agricultura también”. Una idea que enseguida nos recuerda a la Encíclica Laudatio Si’ que tanto discutieron los liberales, aquellos que prefieren asegurarse sus barrigas llenas y mantener a los miserables en su miseria y tras las vallas (o muros). Los muros que constituyen la frontera del hambre y cuyo objetivo es mantenerlo lejos: que se lo queden todo ellos.
El Papa no olvida a los pobres y nos trae una mirada nueva -nos recuerda la mirada de Cristo- sobre la pobreza. No es que estemos llamados a dejar que nos acompañen (con mis ojos he visto a mujeres “de buena familia” repartir bocadillos a los hambrientos sin salir de su lado de la mesa, protegiéndose con guantes de plástico), es que hemos de procurar que nos consideren dignos de su compañía, porque su sufrimiento les confiere una dignidad que nosotros queremos conseguir con trajes y corbatas que disfrazan nuestra pobreza, la que llevamos dentro.
Vivimos en un mundo en el que la caridad es indispensable, pero insuficiente, porque los problemas pasan a ser globales y los alimentos son distribuidos por multinacionales que intentan comprar barato y vender lo más caro posible.
Atento a esta cuestión escuchábamos decir a Francisco: “Las acciones que hay que realizar han de estar adecuadamente planificadas y no pueden ser el resultado de las emociones o los motivos de un instante. (…) las acciones individuales, si bien son necesarias, sólo son eficaces si se integran en una red compuesta de personas, entidades públicas y privadas, estructuras nacionales e internacionales. Esta red, sin embargo, no puede quedar en el anonimato; esta red tiene el nombre de fraternidad y debe actuar en virtud de su solidaridad fundamental.
La fraternidad como política, porque Cristo tiene que ver con todo.