Como seres humanos dotados de cuerpo, alma inmortal, inteligencia y voluntad, buscamos la felicidad, pero muy frecuentemente la buscamos en falsas doctrinas y falsos profetas, la buscamos en el dinero, en placeres carnales momentáneos o básicos de los sentidos, o en nuestro propio ego, etc.
Filosóficamente lo que más caracteriza a una falsa doctrina es el relativismo, pues todas las falsas doctrinas tienen esta marca una moral relativa, subjetiva y sujeta a la moda, época o circunstancia sociológica determinada. El relativismo es la materia prima de la que están hechas las falsas doctrinas, las herejías, las doctrinas influenciadas por el maligno. En oposición tenemos la verdad revelada, que es dogmática, que no es subjetiva ni relativa, es inmutable. Por ejemplo cuando hablamos de la “inmaculada concepción de la santísima Virgen María”, estamos hablando de un dogma (verdad revelada), que no es sujeto de discusión ni de duda alguna. La verdad revelada es un conjunto de dogmas que como sólidos cimientos construyen el edificio del conocimiento de nuestra fe católica y negar o cuestionar cualquiera de éstos pone en riesgo todo el edificio.
Esta verdad revelada, eterna e inmutable es la fuente de la sabiduría para la felicidad del hombre, pues el fin del ser humano y su plena felicidad es DIOS y con Nuestro Señor engrandeces el alma con una felicidad real y permanente. Para realizarnos en Dios debemos conocerlo y sólo así podemos amarlo y para conocerlo debemos conocer la verdad revelada por él. Por lo tanto una moral relativa nos conduciría a una falsa felicidad, a una caricatura de felicidad que en un principio nos causaría un agrado por los sentidos o nuestro ego, pero que posteriormente te hará triste y carente de espiritualidad, haciendo del culto a Dios una caricatura por nuestro capricho humano.
Por ejemplo en el maravilloso dogma de la transustanciación reconocemos que el momento de la consagración de la hostia en la Santa Misa ésta se convierte de manera real (no simbólica) en el mismísimo cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, esta verdad tan potente luego es fuente de gozo y felicidad real y duradera para el ser humano, no obstante, no puede haber mayor felicidad que el conocimiento de esta verdad para tomarle el peso al milagro de la eucaristía y adorar a Dios presente en la Hostia Consagrada, aquí esta nuestra verdadera felicidad.