¿Cómo definimos la libertad interior? Es la capacidad de decidirse y realizar lo decidido, con cierta autonomía e independencia personal, sin dejarse llevar por esclavitudes interiores o presiones exteriores. Pero es una libertad atada, vinculada, porque su meta es ser libre totalmente para Dios, a su deseo y voluntad. Algunos obstáculos se oponen a una plena libertad:
Esclavitudes interiores. Sobre todo nuestro apego al propio yo caprichoso, con sus múltiples raíces. Podemos nombrar por ejemplo: la tiranía de los instintos y sentimientos, vicios y otros desórdenes, miedos y angustias, complejos y prejuicios, voluntad débil e inconstante.
La primera respuesta a estas limitaciones personales es, conocernos a nosotros mismos, saber de nuestras limitaciones y ataduras, de nuestras faltas de libertad. Y luego someterlas a una consecuente autoeducación, una lucha diaria para liberarnos de ellas.
Presiones exteriores. Otro campo que influye fuertemente son las presiones que nos llegan de parte de otros: presiones de personas cercanas “que quieren sólo lo mejor para nosotros”. Y con ese motivo nos invaden. Muchas veces lo permitimos, porque nos sentimos inseguros, no sabemos qué hacer. O nosotros mismos miramos de reojo a los otros, para ver como lo hacen ellos, como lo hace la mayoría. O queremos quedar bien ante los demás, para que no nos critiquen.
Pero yo soy yo mismo. Tengo que vivir mi propia vida, con mi estilo y ritmo particulares, mis límites y mis originalidades. Mis prioridades determinan mis decisiones. Los otros no pueden decidir sobre mí, con sus pedidos, sugerencias y presiones. Es verdad, tengo que mantenerme sensible frente a las necesidades de los demás. Pero no pueden avasallar mi libertad interior, obligarme a hacer algo que no quiero hacer. En esto tienen que unirse, a la vez, ternura y firmeza.
Otro peligro son los medios de comunicación que quieren presionarnos y manipularnos. Resulta que estos medios, muchas veces, piensan por nosotros, deciden por nosotros, planifican el futuro por nosotros. Y a lo mejor les permitimos que nos impongan todo. Y así nos vamos convirtiendo, poco a poco, en esclavos de la opinión pública, en hombres masificados.
El escritor español Enrique Rojas llama a los medios “la farsa de la información”: un río de datos y noticias, sensaciones e impresiones, con la conclusión final: lo que diga la mayoría es la verdad.
Y así vamos perdiendo la capacidad de tomar interiormente posición frente a lo que escuchamos, a lo que vemos o leemos.
Fruto de esta mentalidad es el hombre-cine u hombre-televisión. Es el hombre discontinuo que vive de sensación en sensación, de impresión en impresión, a toda velocidad, sin parar, sin brújula y sin sentido. Un símbolo típico de esto es el zapping. Es ese hombre que ha perdido su alma, que es la discontinuidad personificada, la perfecta despersonalización.
Y allí está también la moda, eje alrededor del cual gira la sociedad posmoderna. Las “revistas del corazón” hacen de transmisor: por ejemplo la mujer light imita la forma de vestir de los personajes que en ellas aparecen, sus expresiones, su tipo de vida vacía y rota. Y todo esto termina en la frivolidad y superficialidad.
Evidentemente tenemos que ser más críticos frente a la sociedad moderna, y frente a los valores-antivalores que propaga. Y también tenemos que procurar hacer una síntesis serena de todas las noticias e impresiones que nos bombardean.
Otro tema importante para nosotros es el de las ocupaciones y compromisos y las tareas apostólicas. Muchos de nosotros somos gente muy ocupada – y gente ocupada es gente importante. Sin embargo, puede ser que seamos simplemente adictos al trabajo. A lo mejor tenemos mucho de Marta y poco de María. Y a pesar de ello tal vez no podemos cumplir con todo. Entonces, ¿qué podemos hacer?
Primero tendríamos que tener claridad sobre nuestras prioridades personales. Hacer una lista de prioridades ayuda mucho, sobre todo en tiempos de sobrecarga. Y lo otro: ¿no será que no sabemos decir que no, cuando nos piden algo? También en el apostolado: el no apostólico es tan importante como el sí apostólico. Así puedo dedicarme a aquel apostolado para el cual tengo inclinación y carisma. Cuando me proponen alguna tarea, conviene no aceptarla enseguida sino pedir tiempo para pensarlo o conversarlo con el cónyuge (en caso de estar casados).
Pregunta para la reflexión
- ¿Cuáles son las esclavitudes interiores y las presiones exteriores que me impiden actuar con plena libertad?
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