Reflexión dominical para el 27 de noviembre de 2016
El adviento trae aires de esperanza.
Hablamos bastante de la fe y sobre todo del amor. Está bien. Son dos grandes virtudes teologales que nos permiten comunicarnos con Dios, nuestro Creador.
Pero hay otra virtud, teologal también, que necesita nuestra sociedad y nosotros los cristianos de una manera urgente.
En efecto. ¿Cómo superar estos problemas?:
*Muchos no creen ni en la resurrección ni en la vida eterna.
*No aceptan a un Dios bueno que nos creó y nos espera.
*Los gobiernos y los que manejan el mundo no dan soluciones a los problemas más urgentes del alimento, el trabajo, la seguridad ciudadana.
*Nos desesperamos en las colas para oír al final “le falta un documento” o “vuelva mañana”.
Sí. Necesitamos esperanza y motivos para esperar.
No solo esperar en los hombres sino también esperar en Dios, en medio de este mundo difícil.
El adviento es un tiempo especial para ejercitarnos en esta gran virtud.
Debemos admirar el ejemplo que nos dan los grandes santos del Antiguo Testamento que mantuvieron la esperanza hasta el fin de la vida.
Ellos estaban seguros de que Dios cumpliría sus promesas y morían con los ojos y el corazón puestos en el Mesías prometido.
Durante el tiempo del adviento la liturgia nos recordará también las invitaciones de Jesús para vivir en esperanza.
Recordaremos la parusía, es decir, la segunda venida del Señor. (Sabemos que la primera es la Navidad que celebraremos gozosamente también en este tiempo).
Durante el adviento aprendamos a vivir la esperanza en un más allá seguro y mejor.
Aprovechemos, amigos, desde este primer domingo para aprender a esperar y pidamos esa virtud al Señor.
Será bueno que recordemos también estas venidas o cercanías del Señor para ejercitar la esperanza:
*La venida cuando nos reunimos en su nombre.
*La venida en la Eucaristía trayéndonos todos los tesoros de Dios.
*La venida en cada pobre que se nos acerca.
*La venida al final de los tiempos.
*Y finalmente la ternura de la venida de Cristo como niño pequeño en Belén, que ya pasó, pero la recordamos con mucho amor cada año porque su venida es certeza de que se cumplirán nuestras esperanza de salvación.
Hoy iniciamos el ciclo A.
Nos acompañará en la mayor parte de los domingos San Mateo, apóstol y evangelista, el publicano que decidió dejar los negocios y seguir a Jesús.
La visión de Isaías
El gran profeta nos presenta el triunfo de Dios sobre Jerusalén hacia donde concurrirán todos los pueblos invitándose unos a otros: “venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob”.
Serán tiempos de paz en los que “de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas”.
Finalmente se acabarán todas las guerras y el mundo seguirá esta hermosa invitación: “Vengan, caminemos a la luz del Señor”.
El gozo del salmo 121 (“salmo de las subidas”)
Este salmo de las subidas nos recuerda la llegada de los peregrinos a Jerusalén y su gozo indecible después de tantos sacrificios por caminos difíciles: “Ya están pisando nuestros pies tus umbrales Jerusalén”.
Por fin llegaron a la casa del Señor.
Por allí vamos también “los desterrados hijos de Eva hacia el Señor”.
La invitación de Pablo
Hoy Pablo nos invita a “revestirnos de Cristo”. En efecto, nos presenta este mundo como una peregrinación hacia la luz de un nuevo día y nos invita a caminar “con dignidad, nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias… pertrechémonos de las armas de la luz”.
Y todo ello porque “la salvación está más cerca que cuando empezamos a creer”.
El versículo aleluyático es una súplica llena de esperanza
“Muéstranos tu misericordia y danos tu salvación” es otra invitación a emprender el camino hacia la felicidad verdadera, confiando en la misericordia de Dios que nos acompañará siempre y al fin nos regalará la salvación que no podemos merecer.
El Evangelio de la vigilancia
Finalmente el Evangelio de hoy nos invita a estar siempre preparados. Son muchas las veces que Jesús repite esta idea, advirtiéndonos que la llegada de Dios será por sorpresa.
Recuerdo una religiosa cuyo papá estuvo siete años en coma y cuando murió decía ella: “nos cogió de sorpresa. Nadie lo esperaba”.
Jesús nos advierte hoy que su llegada será como en tiempo de Noé.
Cada uno andaba a lo suyo y ninguno aceptaba las invitaciones a la conversión.
Llegó el diluvio y acabó con todo.
Jesús repite una vez más:
“Por tanto estad en vela porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Bendito tiempo este de adviento que viene lleno de promesas y nos invita a la esperanza.
José Ignacio Alemany Grau, obispo