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El mercado de los oráculos: los adivinos hacen negocio

Sobre adivinos y charlatanes bien se dice que, aunque no sean muchos, bastan dos para que cundan como multitud. Es un fenómeno que ha acompañado a la humanidad desde tiempos inmemoriales y que, en ocasiones, busca revestirse de ‘don profético’; pero –como explica la tradición judeo-cristiana- los así llamados adivinos se revelan básicamente por su ambición y el deseo de darse a notar para alcanzar ganancias.

En cada oportunidad que tienen, los supuestos adivinos ‘profetizan’ acontecimientos que van desde hechos irrelevantes hasta terribles visiones apocalípticas. Entre la farándula, por ejemplo, son conocidas las personalidades que, cada año, hablan de las bodas, divorcios, nacimientos y muertes que los ‘famosos del espectáculo’ experimentarán en un futuro no muy lejano. Por supuesto, las empresas que respaldan a estos personajes los presentan como “videntes infalibles” y soportan su “credibilidad” por hacer predicciones tan certeras como: “Alguien importante va a morir”. Estos ‘videntes’ cobran sus servicios dependiendo de la fama que los medios de comunicación les hacen; según una fuente que prefiere permanecer en anonimato, dichas ‘consultas’ pueden llegar a costar más de 500 dólares.

Por otro lado, están los que adoptan el ‘oficio apocalíptico’. Van por aquí y allá sembrando visiones terribles del fin del mundo. Ya sean inundaciones, terremotos,  fenómenos sobrenaturales o castigos divinos por el comportamiento humano. A estos se les advierte pronto por el tono de predicador que utilizan para sus ‘advertencias’ y porque hablan como si tuvieran una de las trompetas del fin del mundo. Por si fuera poco, hacen de francotiradores de la moral y paladines de la justicia. Enfundados en su papel, dicen rechazar ganancias y títulos, pero sus juicios no son inocentes y también están marcados por la fama pública que usufructúan a su favor. Entre el 2008 y el 2011, por ejemplo, se filmaron cinco películas y tres cortometrajes sobre el supuesto fin del mundo del 2012 profetizado por el calendario maya. La mayor producción tuvo un presupuesto de 200 millones de dólares, logrando recaudar el mismo monto en taquilla.

Aunque pareciera inverosímil, el supuesto fin del mundo del 2012 convenció al 22% de los norteamericanos y a 15% de la población mundial según una encuesta realizada por Ipsos Global Public Affairs para Reuters. Por si fuera poco, la agencia de noticias reportó que en países como Polonia y Rusia se habían incrementado los ataques de ansiedad entre la población provocados por el ‘apocalipsis maya’.

Aprovecharse de la preocupación

Hay que insistir que en ambos casos, los promotores de las charlatanerías no son inocentes, engañan flagrantemente al prójimo y pueden provocar situaciones de abuso indescriptibles. Por ejemplo, durante el ‘apocalipsis maya’ un empresario chino vendió boletos para su particular ‘arca de Noé’ con precios de hasta ochocientos mil dólares; una empresa de construcción ‘puso en oferta’ sus bunkers para el fin del mundo; el gobierno francés debió disolver concentraciones de personas en una montaña famosa quienes habían pagado por estar allí porque “les habían dicho que una nave espacial bajaría justo allí y salvaría a un puñado de elegidos”; o, por otro lado, agencias de viaje en Guatemala, México y Turquía aprovecharon el fenómeno mediático para patrocinar con engaños oportunidades de turismo.

El fenómeno se desbordó a tal grado que incluso la NASA decidió involucrarse desmintiendo el alarmismo apocalíptico debido a que sus astrofísicos recibían mensajes de gente que pensaba quitarse la vida ante el supuesto fin del mundo.

Al final, aunque parezca obvio el daño que provocan los supuestos adivinadores y videntes, no siempre existen las leyes que castiguen a estos charlatanes.

¿Por qué tienen éxito?

El controversial matemático John Allen Paulos, autor de “Más allá de la aritmética. Cavilaciones de un matemático”, denomina el fenómeno como ‘Efecto Jean Dixon’ el cual tiende a crear una tendencia que da mayor importancia a las ‘profecías cumplidas’ mientras ignora las fallidas, aunque estas últimas sean muchas más.

Jean Dixon fue una famosa ‘astróloga’ norteamericana quien supuestamente predijo el asesinato de Kennedy y el atentado contra el papa Juan Pablo II. Allen estudió el caso y resolvió con una ecuación el éxito del fraude: “Imaginemos que un hombre escribe a 64,000 personas con una predicción sobre el mercado. A la mitad de ellos les afirma que subirá y a la mitad que bajará. Sin importar qué suceda, él envía otra carta pero sólo a las 32,000 personas con la predicción ‘correcta’. Entonces, a 16,000 personas les predice otra vez que el mercado subirá y al resto, que bajará. Nuevamente, sin importar qué pase, el hombre tendrá a 16,000 personas que ahora confiarán ciegamente en él porque ha hecho dos predicciones correctas al hilo”. Al final no importa que 48,000 personas sepan que el ‘adivino’ sea sólo un charlatán, las 16,000 personas con dos predicciones correctas bastan para que la estafa surta efecto.

¿Fraude o no?

Por desgracia, son pocos los códigos penales en México que tipifican la quiromancia, la adivinación y el espiritismo como delito. Sonora y San Luis Potosí, por ejemplo, son los únicos estados que califican como delito de fraude: “Toda aquella acción realizada para obtener un lucro indebido que explota las preocupaciones, las supersticiones o la ignorancia de las personas, por medio de supuestas evocaciones de espíritus, adivinaciones o curaciones u otros procedimientos carentes de validez técnica o científica”. El resto de los estados no tienen artículos tan específicos sobre este tipo de fraude.

La gran mayoría de los ciudadanos se encuentra en tal indefensión que en el 2010, la Suprema Corte de Justicia de la Nación tuvo que desechar el recurso de apelación que interpuso un grupo de adivinos llamados “los Hermanos Kendall” sobre sus actividades ilícitas en el estado de San Luis Potosí (de la que habían generado ganancias del orden de 600 mil pesos). La queja de los ‘adivinos’ se sustentaba en que, en la mayoría de los estados de la República, su actividad no es considerada fraudulenta ni ilícita pues está justificada en las creencias de la gente. El ministro Arturo Saldívar explicó entonces en su sentencia que la prohibición de este tipo de actividades “no está enfocado a la práctica espiritual o ideológica en sí misma, sino al engaño fraudulento que se da en la falsa oferta de realizar adivinaciones, evocaciones o curaciones, que tiene como consecuencia un traslado patrimonial al explotar las preocupaciones, supersticiones o ignorancia de la víctima, causándole un detrimento en su patrimonio”. Finalmente, aunque la SCJN confirmó en legalidad al código penal de San Luis Potosí, no se creó jurisprudencia suficiente para que el resto del país asuma a la adivinación como un delito. Así que, por lo pronto, la ciudadanía debe tener suprema prudencia frente a locales de lectura de manos, cartas, tarot, adivinación, curación milagrosa, brebajes mágicos, hechizos y limpias sobrenaturales. Está advertido.


Publicado en El Observador de la actualidad No. 1119