Hay señales del Amor de Dios en las creaturas y en los seres humanos.
Un clavel, una nube, un grillo, un petirrojo, una liebre, un halcón: cada uno, a su manera, refleja la ternura y la delicadeza del Creador.
Un campesino, un oficinista, un mecánico, un niño, un anciano, un matrimonio maduro y armónico: reciben y transmiten continuamente el cariño que viene del Padre de los cielos.
Al mirar al mundo y a los hombres podemos reconocer esas señales de bondad que dan belleza, que producen paz, que generan alegría, que invitan a la generosidad.
Hoy, ¿qué señales tengo a mi lado? Podré reconocerlas si tengo un corazón limpio y ojos serenos, transparentes, como los de un niño que abre la boca, asombrado, ante las alas de una mariposa.
Con esos ojos, desde un alma joven y fresca, el mundo aparecerá con colores magníficos. El asombro y la dicha llenarán mi alma. Estaré abierto a las señales de Dios.
Entonces descubriré que el Amor es la música escondida que unifica todas las cosas. Un Amor que también se abaja para limpiar el pecado y rescatar al herido. Un Amor que se llama misericordia.
La alarma avisa que llegó la hora de levantarse. El cielo se viste de colores mientras las últimas estrellas dan su despedida a los humanos. Un mirlo saluda el amanecer. Pronto, en la cocina, habrá olor a pan fresco, un poco de mermelada, y nuevas señales del Amor de nuestro Padre de los cielos.