Por Felipe de J. Monroy | A principios del siglo XX se diferenciaba a un lector “serio” de uno “ligero” porque el primero consumía literatura vinculada al estudio de las ciencias, el pensamiento y las artes; mientras el otro, prefería la poesía o los relatos novelados románticos o policiacos.
Con el tiempo nos hemos dado cuenta que, para ser un lector serio, no depende del ‘qué’ se lee sino ‘cómo’ se lee. Y es claro que para conservar los pies en la tierra no es tan imprescindible que nuestras lecturas estén “ancladas a la realidad”, pero nosotros sí que debemos estarlo. Es imperante que estemos conectados a las mejores cualidades del hombre y a las posibilidades de su exploración consciente en el mundo.
Es importante que sepamos “anclarnos a la razón y a la realidad” pues hoy asecha un fenómeno definido como “posverdad”, el cual provoca que los hechos objetivos tengan menos influencia que las emociones o las creencias. En la ‘posverdad’ no importa si lo escrito es evidentemente falso; si millones de lectores hacen un consumo irracional de ello, se avasalla la realidad, se cae en un profundo relativismo como alertó el papa Benedicto XVI.
El tema no es menor, dice la psicóloga norteamericana Linda Elder: “Muchas vidas juntas, sin examinar, sólo pueden propiciar un mundo peligroso, sin sentido crítico y sumamente injusto”. Así de grave puede ser el horizonte si no aprendemos a valorar con criterio la interminable información que seguro a segundo nos inunda a través de los diferentes medios modernos.
Esto nos coloca en una situación sumamente compleja y, nos hace preguntar: ¿Cómo podemos ser un lector-consumidor-usuario de información con suficiente criterio para evitar caer en la trampa de la posverdad? Aquí un par de ideas:
1-Tenga paciencia
La rapidez es enemiga de la razón. Si siente el impulso de asentir o rechazar inmediatamente algo que lee o mira, quizá no está eligiendo la mejor reacción. Un maestro de literatura una vez reprendió a un estudiante por leer demasiado rápido: “Mire, si Dios –siendo Dios- se tardó siete días en hacer este mundo; usted bien podría tener más paciencia para digerir y comprender ese libro”. Tómese su tiempo para leer a detenimiento lo que tiene enfrente.
2-Hágase las preguntas correctas
Uno de los más ácidos críticos del periodismo, Oscar Wilde, ironizaba que los diarios siempre tienen la misma cantidad de páginas sin importar que hubiera o no noticias. Es simple: las historias a veces se inventan, se exageran o se minimizan a voluntad del medio. A veces son tan sorprendentes que nos hacen estremecernos y preguntarnos: “¿Cómo es posible?” Le propongo otra reacción, pregúntese: “¿Por qué habrán querido que yo viera esto?”
3-Identifique la fuente
Es imprescindible saber de dónde nos viene la información. Piense en algún texto de este semanario, ¿recuerda el nombre del autor que lo escribió? ¿Sabe algo más de esa persona? Le invito a hacerlo, aquí es sencillo pero no siempre lo es: ¿Sabe cómo llegó ese enlace patrocinado que vende sartenes a su muro de Facebook? ¿Sabe cómo llegan la mayoría de las noticias a la radio o la TV?
4-Distinga lo duro de la floritura
Aquí no debemos dar rodeos: hay mucha porquería adornada recorriendo los medios de comunicación. Busque los datos (que no las cifras) de cada cosa que vea, escuche o lea. Comience por lo básico, pregúntese y exprese con sus propias palabras: ¿De qué están hablando?
5-Comparta
¿Cree que compartir es dar clic en el botón ‘compartir’? Parece una locura, pero no. Eso que hace es reenviar, pasar algo en bruto, sin ‘partir’, así sin más. Compartir implica dividir, desmenuzar y analizar alguna cosa junto a alguien más, con alguien más. Comparta y verá que, en recompensa, obtendrá perspectiva.
6-Use el diccionario
El diccionario es más que un catálogo de palabras con su significado; en el fondo relaciona conceptos y pone en contexto. Así, cada palabra tiene un origen, un uso y un sentido. La posverdad busca que algunas palabras pierdan sentido, les intenta arrebatar su origen o abusa de otras.
7-Sea más perspicaz y menos suspicaz
Es curioso, mientras la perspicacia se alimenta de la serenidad, la suspicacia lo hace del agotamiento. La suspicacia gasta tremendas cantidades de energía creando hipótesis, desconfiando; se hace historias subterráneas y embrollos; una mente llena de suspicacia vive entre el miedo y la arrogancia. Por el contrario, ser perspicaz es mirar el espacio, la historia y su contexto, el árbol y el bosque, no sólo es necesario entrar en la autopista, es ver en el mapa el panorama, la geografía, el espacio.
8- Discierna
Deliberadamente no comencé esta lista sugiriendo que, antes de todo, es necesario elegir correctamente qué leer. Podría parecer la primera y más obvia recomendación para ser un lector con los pies en la tierra, pero no. Hoy, primero nos arrojan en el océano y luego podemos –si hay tiempo- aprender natación. Lo digo de otra manera: hoy vivimos en una cultura en donde primero parece se inventó el abrelatas, luego las latas y, hasta el final, el contenido. Tenemos en las manos la herramienta que, en principio, nos abre un universo de posibilidades, pero si no sabemos qué contenido buscamos podemos perdernos en un vacío tremendo, fatigarnos en una obsesión inútil o asfixiarnos en datos ingobernables.
Y, claro, lea hasta el final; no caiga en prejuicios.
Publicado en El Observador de la actualidad