Por Mons. Rodrigo Aguilar Martínez |
El tiempo pasa con rapidez. Ya estamos por iniciar la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza, que será el día 1º de marzo.
La Cuaresma nos llama a renovar nuestra vida, reconociendo humilde y valientemente lo que no ha estado bien en nuestra relación con Dios y con los demás.
Al recibir la ceniza se nos recuerda que somos polvo y al polvo hemos de volver. También se nos hace el llamado a la conversión, a creer en el Evangelio.
Como camino de conversión, en el Miércoles de Ceniza la Iglesia nos ofrece el mensaje de Jesús que nos presenta un programa de vida no sólo para ese día, sino para toda la Cuaresma, mediante la oración, el ayuno y la limosna.
La oración debe estar alimentada por la escucha y meditación atenta de la Palabra de Dios. Oración personal y comunitaria, sea en familia o en la comunidad más amplia al celebrar la Eucaristía. Oración que nos haga dialogar con Dios: qué me dice y me pide; qué le respondo y le ofrezco. Puesto que Dios se ha comprometido con nosotros, es bueno corresponder con nuestro compromiso para con Dios.
El ayuno significa privarnos, en cantidad y calidad, de alimentos, diversiones, aficiones; sobre todo privarnos de aquello que ofende y daña a otros. Ayunar, por ejemplo, de negocios ilícitos e injustos. El ayuno hace que nos unamos más a Dios y seamos más solidarios con los demás.
La limosna es una forma privilegiada de ayuno: nos privamos de algo para compartirlo con otros. Se trata no sólo de dar dinero o alimento, también podemos dar escucha, cariño, consejo.
La Cuaresma culmina en la Semana Santa y sobre todo en la Pascua. El ejercicio de la oración, el ayuno y la limosna nos van haciendo morir a nosotros mismos y así morir con Cristo, a fin de resucitar con Él a una vida nueva. Es muy consolador y motivante constatar los frutos que nos va dando ese morir y resucitar con Cristo: menos egocéntricos, más espirituales y más solidarios.