No hay nada más semejante a un verdadero milagro que un falso milagro; ni nada más parecido a una completa mentira que una media verdad; ni nada que se equipare a un falso líder que un auténtico demagogo; ni nadie que juegue a ser redentor que un falso cristo o un anticristo. De todas estas semejanzas engañosas nos advirtió el Señor Jesucristo que estuviéramos precavidos.
La Cuaresma se inicia con el relato de las tentaciones de Jesús. Es tiempo de purificación y de conversión, pasando necesariamente por la prueba o “tentación”, a ejemplo de las sufridas y superadas por Jesús. Esta pedagogía viene desde muy atrás, desde las pruebas sufridas por Israel durante su travesía por el desierto. Son tentaciones que debe superar la humanidad y a las que generalmente suele sucumbir. El período cuaresmal es para el cristiano un tiempo de prueba, donde se demuestra su calidad de cristiano.
A las puertas de la Cuaresma tuvo lugar el primer discurso oficial del presidente de los Estados Unidos del Norte ante su nación. En realidad lo fue ante el mundo, por el papel relevante que desempeña su país en el llamado “concierto de las naciones”, que, por cierto, tiene desconcertados a muchos países y, mucho más, al nuestro. Aquí no sólo pensamos sino soñamos con los gestos y mensajes que salen del Olimpo de este Júpiter tonante.
Seguramente nuestros sesudos analistas de la política y de la economía están haciendo ya el diagnóstico de tan significativo discurso. No habíamos escuchado una algarabía tal, ni siquiera en los tiempos prehistóricos de nuestro presidencialismo, cuando se estrenó y oficializó el aplausómetro. Los aplausos mezclados con lágrimas que escuchamos fueron desconcertantes, sobre todo por tratarse de un pueblo que ha ostentado el título de defensor de la libertad, de la democracia y otras mil cosas más de las que nosotros no alcanzamos a presumir. Cada gesto y cada frase, que no pensamiento, era rubricado por un aplauso. Por el ambiente cuaresmal, podemos asociar esta imagen espectacular a la del Tentador, invitando a Jesús a arrojarse desde la cresta del templo para recibir aplausos, o a transformar las piedras en pan para dar de comer a las multitudes, o a la cínica propuesta de arrodillarse ante él para señorear sobre las naciones de la tierra. La felicidad universal saldría de su querer. Las frases bíblicas, aunque impertinentes, le darían la credibilidad no sólo moral sino religiosa.
En su comentario a las tentaciones de Jesús, el Papa Benedicto XVI cita el “Relato del Anticristo” de Vladimir Solovév, donde éste hace de la Biblia “un instrumento de dominación del Anticristo”. En efecto, se pregunta: ¿Qué contradice más la fe en un Dios bueno y la fe en un redentor de los hombres que el hambre de la humanidad? Quien se quiera presentar como redentor lo primero que promete es saciar el hambre del pueblo. Y sí, dice el Papa, así lo hizo Dios en el desierto con Israel y así lo hizo Jesús con las multitudes, pero sólo después de haber escuchado la Palabra de Dios. Acoplar el uso de los bienes materiales al designio de Dios, a su destino universal, es requisito indispensable para dar pan a la humanidad. Donde este orden en la distribución de los bienes no se respeta, sino que se pervierte, no se mira al ser humano sufriente y menos se satisfacen sus necesidades elementales. Oigamos al Papa Francisco: “Con el diablo (o con el anticristo) no se puede dialogar. Sabe vender bien, pero paga siempre mal”. Más al que ignora la Palabra de Dios.
Por Mons. Mario De Gasperín Gasperín